7.11.10

Nosotros


por Pablo Marchetti
Para Claudia Acuña, con amor peronista

En el final de la cola, unos ocho metros antes del féretro, en uno de los corredores de la Casa Rosada, una piba llora. Sí, una piba: 16, 17 años, como mucho. Divina, cándida, antelical. Una chica que bien podría uno imaginarse llorando así con una novela del Cris Morena Group o con la llegada de los Jonas Brothers, aunque un poco más hippona. Si Néstor Kirchner hubiera sabido que lo iba a llorar una piba así capaz que no se moría.

Ok, lo que acabo de decir es una reflexión machista, pelotuda, lo que quieran. Olvídense. Pero a ver si queda claro: la plaza de Mayo y sus alrededores se llenó de pendejas y pendejos divinos, pibes muy chiquitos, adolescentes y jóvenes conmovidos por la muerte de Kirchner. Pibes que transformaron en hit el canto “andate Cobos, la puta que te parió”, o su versión extendida: “Andate Cobos y llevate a la Carrió”. O sea, pibes y pibas que hicieron su lectura política del asunto. Pibes y pibas militantes.



foto: Mariana Salgado

Todos putos

Un pibe escribe con aerosol, en el piso, sobre la avenida de Mayo, casi Bernardo de Yrigoyen, Néstor VIVE, y sobre cada una de las V de la palabra VIVE escribe una K, reemplazando la P peronista del PERÓN VUELVE. Me río: se lee KK. O sea, caca. Evalúo por un momento la posibilidad de compartir mi hallazgo con el pibe que escribe con aerosol. Y lo imagino contestándome: “De caca te voy a llenar la cabeza, puto”. Pero no, descartado. El pibe no diría eso. Parece más un pibe que pudo estar tomando un colegio anteayer. Más rockero que cumbiero. Clase media porteña, laburante. El pibe de la fotocopiadora, ponele. Hasta es probable que ni sea peronista. Nada de “eh, puto”. Y menos ahora que a su lado pasa una columna (bueno, un grupito con pancarta), unas treinta personas que llevan orgullosas el cartel que dice “Putos peronistas”.

Sí, los putos y las travas también. En la fila, a ocho cuadras de Plaza de Mayo, está Marlene Wayar, la hermosa Marlene, altísima, flaca, ojos enormes, sonrisa transparente, la voz más lúcida de la diversidad sexual, el pensamiento más sexy del país, una travesti que no cree en el matrimonio pero cree en la igualdad. Quién lo hubiera dicho, Marlene en la fila para ver a Néstor. ¿O debo decir “en la cola”? Sí, Marlene en la cola de Néstor, que esta noche es también promiscua y libertina. Que esta noche es todos con todos, todas con todas, todos con todas, todas con todos, todo con todo. Esta noche, la del pastiche que supimos conseguir. Unámonos. Abracémonos. Te amo, Marlene. Qué bueno que estés acá.

Noche de abrazos

Esta es una noche de abrazos. Me abrazo con Marlene, me abrazo con Claudia Acuña (bueno, con Claudia siempre nos abrazamos), me abrazo con Mariana Collante, me abrazo con Eduardo Anguita (sí, aquí estoy, Eduardo, ¿dónde iba a estar?), me abrazo con Dani Tavarone (Dani, qué linda sorpresa, tanto tiempo), me abrazo con Maxi Vecco (responsable de los videos de ¡Mueva la patria!), me abrazo con mi compadre falopero Felcho Marquestó (nos encontramos de casualidad; él fue a la plaza con Ramón, su hijo de 8 años), me abrazo con el gran Poroto D’Addario, exquisita pluma chabona de Página 12, que está haciendo la cola a la altura de Bernardo de Yrigoyen entre Avenida de Mayo y Rivadavia, me abrazo con Juampi Pichetto, a quien hace años que no veo, y en qué andás, y me cuenta que está haciendo Clase Turista, y me alegro, qué buen programa, y nos fumamos esa tuca que queda, qué bueno vernos, pensamos, y claro, cómo no íbamos a estar acá.

Aquí estamos. Con esa bola de nervios, esa bola de cagazo y esa bola de emoción al vernos, al constatar eso, que aquí estamos. Somos bien distintos y de repente nos damos cuenta de que también podemos ser bien iguales. O que, bueno, esto es lo que nos une. Que no debería haber rencores a partir de esto. Que sí, después da para discutir, para cagarnos a puteadas, a bardearnos, a mandarnos a la concha de nuestras madres o a la puta que nos parió, que si ya llegaron los putos es probable que en cualquier momento también lleguen las putas peronistas, y tampoco tengamos miedo a volvernos un poco trogloditas (o a seguir siendo peronistas, como prefieran), ahora que todos estamos aprendiendo a ser más correctos. Pero siempre teniendo en cuenta esta noche. A bardear, a discutir, pero sabiendo cual es nuestro lugar en el mundo, dónde vamos a marchar cuando las cosas se pongan pesadas. Pensemos en Néstor.

Pensemos

Eso, pensemos en Néstor. No por obligación, sino porque eso es lo que nos sale: pensar, reflexionar, intentar hacer política. Porque después del abrazo, del reconocernos, de la certeza a mitad de camino entre el “qué bueno que estás acá” y el “claro, cómo no ibas a estar acá”, llega la discusión, la reflexión. Si hay algo para lo que sirvió esta noche es para constatar un par de cosas que, hasta hoy, no eran más que cuestiones que se afirmaban sobre la intuición. Ahora nos damos cuenta que era verdad, que la política había vuelto, que la militancia había vuelto. Y esta, la noche del Chau Néstor es la noche de la política y la noche de la militancia.

La vuelta de la política. La vuelta de la militancia. La vuelta de los pendejos a la militancia. Pensemos en Néstor. No, no fue Néstor quien construyó todo esto. Si Néstor fue apenas un gobernador peronista de los 90. Un gobernador de una provincia petrolera que estuvo en la primera línea de combate de la privatización de YPF. Un aliado de Menem y Cavallo. Un tipo al que, antes de llegar a ser presidente, jamás le importó lo que decían los movimientos de derechos humanos, que jamás se preocupó por los crímenes de la dictadura y que, encima, era el candidato de Duhalde.

Sin embargo, Néstor no sólo no defraudó, sino que sorprendió. Uno no esperaba casi nada y el tipo se mandó con varias cosas inéditas y esperanzadoras. Y siguió, aunque todas podrían resumirse en una: no tengo claro si Kirchner era mi amigo, pero estoy seguro de que irritaba a mis enemigos. No sé si a todos (las críticas que tuve, tengo y tendré tienen que ver con eso, con aliados impresentables), pero sí a muchos. Demasiados para los que nos tenía preparada la historia argentina. Y estas cosas sólo se pueden medir en perspectiva histórica.

Juan Domingo K

Más allá de las críticas que puedo tener, creo que Néstor Kirchner (él y Cristina) fue el mejor presidente de la Argentina en los últimos 50 años. O, más precisamente, el mejor desde Perón, desde el primer peronismo, el de los 50. O, para decirlo en términos más constatables, fue el que más se enfrentó a mis enemigos y a los enemigos de toda la gente que vino esta noche. Por eso hay tanta gente que dice “yo no lo voté, pero aquí estoy”, “yo no soy peronista, pero aquí estoy” o “yo soy de izquierda, pero aquí estoy”, como me dijo el pibe que subía al lado mío por las escaleras mecánicas del subte E, cuando llegué a la plaza el jueves a la tarde.

Sí, el mejor desde Perón. Juan Domingo Perón, para más datos. Un milico con simpatías por el Eje durante la Segunda Guerra Mundial, que participó en los primeros golpes de Estado de la Argentina, como oficial del Ejército. Un tipo del que no había mucho que esperar, o más bien de quien se podía esperar lo peor. Sin embargo…

Como Perón, Kirchner hizo mucho más que lo que se esperaba de él. Pero hay algo más que identifica a ambos líderes, a ambos presidentes. Está claro que el peronismo es algo mucho más trascendente, mucho más complejo y mucho más rico que la figura de Juan Perón. Pues bien, si el kirchnerismo es esta plaza, si son esos pibes (y también esos señores, esas señoras, esos laburantes, esos viejitos, esos putos, esos fumones, esos oficinistas, esos fans de 678, esos flacos que se están tomando una birra, toda esa gente que hace seis, ocho, diez horas que está haciendo la cola para pasar 30 segundos a cinco metros del ataúd cerrado donde está el ex presidente), está claro que ese movimiento político y social trasciende con creces a Néstor Kirchner.

No, Néstor no construyó todo esto, pero Néstor fue quien lo leyó. El emergente y, al mismo tiempo, quien abrió el juego. Olvidémonos de la lista de virtudes (Corte Suprema, estatizaciones, juicios a los represores de la dictadura, asignación universal, integración continental) y defectos (pejotismo, mineras, petroleras). En otro momento podemos discutir todo eso. Ahora es el momento de centrarse en el principal logro de este Gobierno: la militancia.

A lo chori

“Chipa, chipa”, grita la paraguaya, sentada en un banquito, con su puestito improvisado donde vende el modesto manjar guaraní. Chipa y no chipá, que quede claro. Acaba de llegar, son las once de la noche. “A la rica chipa”. A su lado, una mujer vende pósters con la foto de Néstor y Cris, y papeles y fibrones. ¿Para qué? Lo aclara en el papel que tiene escrito: “Néstor, siempre con vos”, dice el papel, escrito con fibrón. Que cada uno escriba lo que quiera, pero que todo el mundo sepa que puede escribir cosas como esa, como una forma de hacer catarsis o de romper el cerco mediático de Clarín.

Más allá, un tipo comienza a prender la parrilla. “El chori y el paty salen como piña”, me dice un parrillero que está prendiendo otro fuego porque ya agotó stock y va por el ballotage. Se venden también banderas, cintas negras, escarapelas. Y para beber, gaseosas, cerveza, café. Me cuenta Mariano Lucano (estoy caminando por avenida de Mayo con él y con Flavia, su novia) que en el entierro de Alfonsín (no, no fui) no había choris ni nada de eso. Pero que, a cambio, el McDonalds de enfrente del Congreso estuvo abierto toda la noche.

Acá los negocios están cerrados. Los bares bajaron sus persianas después de la medianoche y sólo quedan algunos, poquísimos, maxikioscos. Por eso a la una de la mañana se siguen prendiendo parrillas. Puede parecer liturgia peronista, pero acá los compañeros tienen hambre. Y el chori se cobra, eh. No se regala, eh. Que acá no hay micros, no hay aparato, loco, eh. Nadie vino por el chori y la Coca. Ni siquiera vino por Néstor. Acá la gente, la mayoría de la gente, vino a hacer el aguante y a no sentirse tan sola. Vino a tratar de dejar claro que esta vez no, no nos van a volver a cagar.

Qué grande sos

Sí, claro, los pendejos. Sí, claro, la clase media progre. Sí, claro, los zurdos, los intelectuales, los universitarios, los profesionales. Por supuesto, todos ellos están. Pero también está el peronismo. También está la gente que se tuvo que tomar tres bondis para ver el cajón. Está Zulema, que vino de San Justo. Está la gente del Docke y otros que vinieron desde las provincias. También están (en primera línea) los militantes peronistas de veintipico, de treintaipico, esos productos tan típicamente Néstor que volvieron a sentir orgullo de ser peronistas. Que cantan la Marcha y se emocionan y hacen emocionar a quienes alguna vez nos emocionamos cantando la Marcha.

Otros hits: “Olé, olé, olé/ Nestoooor… Nestoooor”, con acento en la “o” alargada final. Pero sobre todo uno, bien peronista, que advierte: “Che gorila, che gorila/ no te lo repito más/ si la tocan a Cristina/ qué quilombo se va armar”. Ese y el de Cobos son los más escuchados. Los pibes proponen, advierten. Nadie dice boludeces, ni nadie evoca fantasmas. Hay un mensaje concreto: no jodan. Y viendo toda esa gente, sintiendo la emoción y la onda que hay en el aire, por un momento da para el entusiasmo, da para pensar que quien sabe, tal vez…

Oficialitis

Néstor irritó a nuestros enemigos y más allá de las diferencias, más allá de las medidas y aliados impresentables, más allá de la minería y el pejotismo, el espanto que generaban esos enemigos siempre pudo más. Y cada vez que alguno de estos enemigos mostraba los dientes y las uñas daba ganas de volverse más K que Orlando Barone. Sí, lo confieso: muchas veces, escuchando a Biolcatti, leyendo a Morales Solá o a Mariano Grondona o viendo algunos títulos de Clarín me dieron ganas de pasar por la galería Bond Street, tatuarme la cara de Néstor y Cris en la espalda y después salir, ir al estudio de Canal 7 donde se graba 678 y decir: “Mirá, Barone, a que vos no tenés un tatuaje así, soy más oficialista que vos”.

Desde el miércoles, cuando Néstor la quedó en Calafate, las bestias comenzaron a mostrar los colmillos. Son los mismos simios gigantes que quisieron dictarnos lecciones republicanas impresentables luego del velorio de Alfonsín, sin olvidar que ellos habían odiado a Alfonsín. Pero claro, Alfonsín se quedó ahí. Lo intentó tibiamente, arregló, no supo. Sí, por supuesto, vivió modestamente, no como estos millonarios santacruceños. Pero políticamente terminó devorado por sus enemigos, sin siquiera haber atinado a pelear como es debido. Se confió, actuó como una persona y, como tal, creyó en la humanidad de las bestias que lo rodeaban.

No, Néstor no era de esa estirpe. Néstor peleaba. Por eso, como bien dice Beatriz Sarlo, prefirió no convertirse en patriarca y morir luchando. Por eso, en su despedida, no hubo ningún Biolcatti, ningún Cobos, ningún Morales Solá, ningún Duhalde. Sí, claro, nadie se alimenta de vidrio: sí hubo un Scioli o un Gioja. Pero otra vez: se podrá criticar a los amigos, pero nunca se dudará de la calaña de los enemigos. Porque lo mejor de Néstor era cuando no dialogaba con quienes reclamaban diálogo pero en realidad querían exigir, y cuando se peleaba con quienes merecían que los cagaran bien a trompadas.

No se trata aquí de comparar entierros. Pero no sólo es necesario dejar en claro que a Néstor lo despidió por lo menos el doble de la gente que le dio el último adiós a don Raúl. También sería bueno recordar que entonces hubo algunos imbéciles que destacaron lo masivo del entierro de Alfonsín (que lo fue) y presagiaban una muerte en soledad para Néstor. Que la chupen, que la sigan chupando. Vos, gorila republicano, la tenés adentro. ¡Vamos todos! “Tomala vos/ dámela a mí/ el que no salta/ es de Clarín”.

9 años no es nada

Camino con Mariano Lucano y de repente tengo un dejà vu. ¡Esto parece el 2001! Cuando también caminé con Mariano, por estas calles, dos años antes de Barcelona. Bueno, no, nada que ver: todo está tranquilo, no hay represión, ni siquiera un poquitín de clima tenso o jodido, ni siquiera una pizca de paranoia. Hay miedo, sí, pero es un miedo por el devenir político, no por el presente, no por la caminata por estas calles. Y hay que decirlo aunque suene pelotudo o inocente: hay esperanza. Por lo demás, estamos como entonces. Nueve años no son nada. Somos los mismos que entonces. Y algunos otros, más pendejos, que podrían haber estado ahí.

Mariano me cuenta que ayer se cruzó con Diego Parés (el dibujante que mejor retrató el 20 de diciembre de 2001) y con el Niño Rodríguez. Me imagino que deben estar (como Mariano, como yo) descosiéndose el cerebro pensando en qué carajo van a decir, qué corno es lo que van a dibujar de todo esto. A mí se me enquilomba todo. No puedo parar de pensar, como todos los que estamos aquí. Como no podemos (sí, lo bueno de esto es lo fácil que es pasar del “yo” al “nosotros”) dejar de sorprendernos y emocionarnos, como todos los que estamos aquí.

Gracias totales

Aquí abunda el análisis político al paso. Lo admito, no puedo parar de hablar con todo el mundo. Charlo, discuto (ya lo dije, ¿no?). Por supuesto, se habla de quién ocupará el lugar de Néstor. Quién se bancará al PJ, quién evitará el aluvión Scioli, cómo hacer para no cagarla en este momento político que, bien manejado, puede ser bastante favorable para una salida digna. O sea, para evitar que el Mal Mayor se haga cargo del asunto. Y para neutralizarlos por un buen rato. El precio a pagar puede significar el convencimiento casi religioso de que aquello que considerábamos el Mal Menor se transforme de repente en un Bien Aceptable. O al menos que mude su domicilio a los suburbios del Bien, a pocas cuadras del Riachuelo o la General Paz del ideal ideológico.

Más allá de la especulación macro política, el verdadero desafío es ver cómo articular todo esta voluntad colectiva, este montón de ganas, de abrazos y de emoción al margen de toda especulación electoral. Por supuesto, lo electoral existe y es relevante. Pero nadie piensa en Máximo o en Alicia por aquí. Ya se verá si el hijo presidencial puede realmente ser una opción y si eso realmente puede ser bueno. Por el momento, parece tener menos carisma que Fabián Matus, pero estos momentos suelen hacer milagros. Si no, mírenlo a Ricardito Alfonsín.

Lo que realmente importa ahora es cómo salir de esta plaza. Y lo más importante, cómo hacer para volver a encontrarnos todos aquí, con esta misma emoción, con esta misma fuerza. Cómo tener la certeza de que, si nos joden, aquí vamos a estar. Aguantando los trapos. No los de Néstor ni los de Cristina. Los nuestros, los de los montones de personas que no queremos que nos rompan las pelotas. Los de todos aquellos que estuvimos horas y horas esperando para ver durante 30 segundos un ataúd cerrado, porque sabíamos que allí adentro había un tipo especial.

Un tipo que no fue ni un héroe revolucionario, ni un gran ideólogo, ni siquiera alguien muy parecido a nosotros. Sin embargo, ese tipo fue quien hizo el milagro de juntarnos, de hacernos tomar conciencia de que somos un montón y de darnos cuenta de que hay ciertas cosas que no vamos a permitir. Bueno, no exageremos, que somos frágiles. Pero al menos ahora sí tenemos claro que hay cosas con las que no se jode. Por eso, aunque sólo sea por eso, gracias Néstor.

http://lavaca.org/notas/nosotros/

21.6.10

Notas sobre la "Declaración del Bicentenario"


Texto leído en una reunión de Carta Abierta Neuquén. Incorporé algunos temas del diálogo posterior.

Gerardo Burton
geburt@gmail.com

El documento emitido por Carta Abierta nacional con motivo del Bicentenario de la Revolución de Mayo, a diferencia de varios discursos y relatos difundidos en estos días, no ofrece una postura cerrada ni narra una realidad fotografiada y estática. Por el contrario, plantea varias cuestiones que quedan abiertas y que no se habían puesto en discusión: por ejemplo, la cuestión cultural, la revitalización de la política, la institucionalidad como un espacio en disputa entre fuerzas contradictorias y hasta antagónicas.
Hacia el final del texto, luego de una enumeración pormenorizada de los momentos más críticos que consolidaron el predominio del país agroexportador, parte de un sistema colonial moderno y de su contracara, las luchas populares y los movimientos surgidos desde la periferia hacia el centro y desde lo profundo hasta la superficie, se plantea la necesidad de conjurar “las maniobras de quienes conspiran en las sombras y agitan desde los espacios mediáticos”. Así aparece uno de los principales problemas de estos días: la pelea que se da por el poder en el campo común que es la comunicación.
En consecuencia, también es necesario “resguardar al país de la corrosión de sus lenguajes y de una sensibilidad social, cultural y política menguada en sus capacidades críticas y creativas, como de los condicionamientos en los modos de vida y de pensamiento impuestos por las culturas imperiales. Sabemos que no se sale indemne de las heridas infligidas por los poderes de la dominación y que las diversas formas de la injusticia, la humillación y la fragmentación marcaron a fuego el tejido social. Pero también percibimos que algo poderoso vuelve a manifestarse en la patria de todos. En la particular situación de América Latina en estos inicios del siglo XXI, este pueblo, hecho de memoria y de presente, escrito su cuerpo por las mil escrituras de la resistencia, las derrotas y los sueños, tiene la potencia de realizar ese llamado ante los peligros y la afirmación de su resistencia ante toda forma de la devastación”.
Es que, como nunca, está claro que el poder real no reside en quien gobierna sino en quien detenta el poder económico y cultural –como antes el militar-, y que las clases dirigentes funcionan como asalariados de ese poder. Clarificar este punto es crucial, dado que entonces se puede analizar con mayor grado de corrección el verdadero sentido de las palabras. Es decir, ¿cuál es el significado de ‘libertad de expresión’ cuando los medios de comunicación son el poder, en principio de la oligarquía y ahora de las fortunas concentradas? Cuando se alude a Mariano Moreno y sus expresiones sobre la libertad de prensa al fundar La Gazeta, se olvida que ésta era un órgano oficial del gobierno de la Primera Junta, o de un sector de éste. No era iniciativa privada.
Por eso, y acertadamente, el documento expresa que el estado del pueblo es “hoy, la vigilia: apuesta a la defensa de las reparaciones alcanzadas y a la perseverante insistencia en lo pendiente. Si es capaz de mirar al pasado de la nación e inspirarse en la épica americanista de los revolucionarios de mayo, lo hará porque su realización está en las señales del presente y en la apuesta al futuro. Tiene ante sí el desafío de dar lugar a lo nuevo que surge y de contribuir a que se extiendan y fortalezcan los modos en que los argentinos deciden vivir su libertad para afianzar la de todos. Estamos convocando a un acto de emancipación, capaz no sólo de enfrentar las trabas que interponen, ayer como hoy, los intereses poderosos, sino de proponer nuevas soluciones imaginativas y nuevos objetivos que estén a la altura de una sociedad enfrentada al desafío acuciante de ser más equitativa. Y a través del ejercicio de la libertad, de la participación y de la movilización, a llevar a cabo las grandes tareas pendientes, particularmente las que conducen a enfrentar las desigualdades sociales que persisten como una llaga que no se cierra –tareas cuyas señales han sido dadas en estos últimos tiempos-. Un mayo de la equidad y de la igualdad, un mayo en el que la riqueza sea mejor distribuida entre todos los habitantes de esta tierra. Por todo esto convocamos, con el entusiasmo y la pasión que emanan de nuestra historia compartida, a emprender las transformaciones estructurales y culturales que se necesitan para contrarrestar el saldo de décadas de deterioro y desguace, y avanzar hacia nuevos modos de relación entre los ciudadanos, la política y el Estado. Somos esos sueños y esas múltiples y diversas experiencias sin las cuales no podríamos imaginar un futuro. Conmemorar el Bicentenario implica tomar nota de lo nuevo y convocar lo existente hacia una profundización de la democracia. Los hombres de Mayo tuvieron ante sí la tarea de construir una nación despojada de la herencia colonial. Lo hicieron en parte y la situación de América Latina exige la continuidad de ese esfuerzo. Como para ellos antes, para nosotros hoy no hay retroceso tolerable y sí un enorme desafío histórico: la construcción de una sociedad emancipada y justa”.
Hasta aquí unos fragmentos del documento, y una crítica: en la enumeración de las luchas populares se produce un lapso que casi roza la censura: de la mención del Cordobazo en el año 1969 se salta, casi como por encanto, a “los rostros de la militancia por los derechos humanos”. Falta la experiencia guerrillera, y falta la mención a los desaparecidos. Se puede aducir que no hay perspectiva histórica, pero creo necesario tomar de las organizaciones que optaron por la lucha armada sus aciertos, pues sus errores están a la vista y, a fin de cuentas, también se planteó como parte de una gesta emancipadora. Y de los desaparecidos, como una suerte de “vanguardia de la resistencia”, una experiencia absoluta y brutal que tiñó como mancha de aceite toda la sociedad. No pueden ser escondidos en los pliegues de la historia.
UNAS PROPUESTAS
Tal como quedó dicho, el documento se propone abierto. Por ejemplo en un artículo publicado hace semanas en un diario de Buenos Aires, el economista Aldo Ferrer apuntaba una serie de temas para trabajar en el futuro inmediato. El artículo, titulado “Hacia el tercer centenario”, impulsa a trabajar y a reflexionar en cinco “desafíos”: la ocupación del territorio; el régimen político-institucional; la cohesión social, la estructura productiva y la inserción internacional.
En cuanto a ocupación del territorio, expresa Ferrer algo que toca de cerca de las provincias, en especial a las patagónicas. La necesidad de construir un “federalismo económico” que implique el despliegue del desarrollo “de todas las regiones en un sistema nacional integrado”. Para eso, deben funcionar en forma solidaria y asociadas las tres jurisdicciones del Estado –nación, provincias y municipios- en una “estrategia de desarrollo inclusiva de todas sus regiones”. Explica Ferrer que “la última reivindicación territorial pendiente, la recuperación de Malvinas, se logrará a su tiempo, dentro del derecho internacional, a medida que el país consolide su desarrollo y fortalezca su presencia internacional”.
En cuanto al régimen político-institucional, sin eludir la presencia de tensiones cuya resolución en paz requiere fortalecer las reglas de juego de la Constitución y la división de poderes, se apunta a transformar “profundamente” la sociedad y sostener los cambios en el reparto del poder, la riqueza y el ingreso.
El tejido social, continúa Ferrer, “hereda las asimetrías de la formación histórica del país, desde los tiempos de la colonia. La situación fue profundamente agravada durante el período de la hegemonía neoliberal (1976-2001/2002)” cuando se registró un aumento “dramático” de la pobreza, la fractura del mercado de trabajo, el desempleo y la desigualdad en la distribución del ingreso y de las oportunidades creadas por el sistema educativo.
También es necesario construir una “economía integrada, diversificada y compleja, apoyada en tres ejes: las cadenas de valor de alto contenido tecnológico de su producción primaria, una gran base industrial que incorpore las actividades de frontera científico-tecnológica y el despliegue en todo el territorio”.
En el contexto internacional, “deberá abandonarse también el supuesto neoliberal de que el país es un segmento del mercado global, cuya economía debe organizarse conforme a las señales de los centros de poder mundial. Esta visión es incompatible con el desarrollo económico que, siempre y en todos los casos, es, en primer lugar, la construcción en un espacio nacional”. Y a continuación, Ferrer enumera las sucesivas hegemonías en la historia argentina –Gran Bretaña primero y luego Estados Unidos- y advierte sobre los riesgos de construir dependencias similares respecto de China o Brasil puesto que “la capacidad de gestionar el conocimiento demanda la existencia de una estructura productiva, compleja, integrada y abierta, vinculada a la división del trabajo y el orden global a través del intercambio simétrico de los bienes y servicios portadores del avance tecnológico”. Es que, concluye, “la especialización limitada a la producción primaria es la vía más segura al subdesarrollo y la subordinación”.
EL ESCENARIO
Entonces, un rápido vistazo sobre la constitución de Carta Abierta y los cambios ocurridos en la Argentina desde el gobierno de Néstor Kirchner continuados por el de Cristina Fernández.
Después de diciembre de 2001, verdadero final del siglo XX para la historia política argentina, el Estado estaba redefinido según el modelo neoliberal, y la transferencia de obligaciones y responsabilidades a los individuos y grupos –ausencia en educación y salud; vacancia en la cuestión de la justicia- hizo necesaria la construcción de una nueva forma de hacer política. Ése fue el momento de la transversalidad, de una suerte de horizontalidad que descabezó a los poderes tradicionales del peronismo –gobernadores, intendentes del conurbano bonaerense, caudillos sindicales-. Sin embargo, la operación de trasvasamiento no se completó.
Los gobernadores volvieron a imponerse –vía la famosa “liga” o sus legisladores, diputados y senadores en ambas cámaras-. Los intendentes, convertidos en los “barones” del conurbano, retomaron su poder; y lo mismo ocurrió con los sindicalistas de la CGT.
Ésta no pretende ser una descripción completa, pero sirve para ilustrar un cierto clima: la aparición de Carta Abierta implicó la posibilidad de reflexionar sobre los acontecimientos, ofrecer una mirada diferente de la de los medios de comunicación social y definir un territorio de pensamiento. Eso ocurrió antes de la crisis con las patronales del campo.
Si algo aparece claro en ese conflicto es que la mesa de enlace ruralista –que concentró a los sectores más ricos del país, los históricos y los advenedizos- no fue un armado espontáneo. O si lo fue, se disimuló muy bien. Salvo la Federación Agraria Argentina, son las mismas entidades que formaron, en 1975, una asociación en contra del gobierno constitucional de entonces.
Bajo la mesa de enlace se cobijaron los resortes más firmes del establishment: los agroexportadores; los dueños del sistema financiero; los propietarios de los medios de comunicación social. Básicamente eran ellos con algunos compañeros de ruta, en un movimiento transversal que atravesó también al gobierno y sus aliados. En esos grupos de poder se nucleó la reacción contra el cambio de modelo político institucional –los juicios por violaciones a los derechos humanos; la apertura de la comunicación; la reestatización de resortes básicos de la economía como el sistema jubilatorio, las aerolíneas, la televisación del fútbol; el pago de deuda con reservas-.
La construcción de la oposición pivoteó en torno de dos ejes: la inacción del gobierno, a quien tomó por sorpresa, y el acierto en la elección de los temas a instalar. La pérdida de iniciativa oficial fue el primer impulso que envalentonó al sector y comenzó a vislumbrarse la posibilidad de bloquear o condicionar el ejercicio del poder. Esto ocurrió hacia el final de la presidencia de Néstor Kirchner y se profundizó con la asunción de Cristina Fernández, en especial con el caso Antonini Wilson y la valija venezolana.
Se gestó así un escenario de supuesto refuerzo institucional, de juego democrático de los poderes y el sistema jurídico que en rigor significaba un condicionamiento casi absoluto a la acción del gobierno. Se trataba de “pialarlo”.
En simultáneo, se inició una tarea de erosión y deterioro de la imagen presidencial: que el gobierno lo ejerce el matrimonio, donde la voz cantante es la masculina; que las giras al exterior no sirven más que para comprar carteras y vestidos de moda; que el Tango 01 es utilizado por la hija de la Presidenta; que la imagen presidencial –maquillaje, aspecto- es de frivolidad y casi kitsch, etcétera.
Esa construcción tenía un objetivo confeso: lograr la parálisis del Ejecutivo para que no haya otra salida que la dimisión o la inercia absoluta. Por eso se la calificó de destituyente: en esta ocasión la salida del poder no se haría por un impulso expreso de la fuerza opositora –sea ésta cívica o militar- sino por una supuesta imposición de las circunstancias, casi en el nivel del fatalismo. Sería el corolario de una serie de falacias: esta gente no sabe gobernar; no tienen proyecto político; son ineptos salvo para la corrupción, y las soluciones son institucionales –p.e. el recurso al vicepresidente de la Nación-. Este armado eclosionó con el conflicto con los ruralistas, y contó con el abono de los desaciertos y algunos flagrantes errores del oficialismo. Sin embargo, la mayor irritación, que incidió en forma directa en las ansias destituyentes fueron los aciertos del gobierno –mencionados más arriba- y coronados con el proyecto –ahora ley- de servicios de comunicación audiovisual.
El fallido intento destituyente incorporó, luego de la votación contraria a la resolución 125 y la paridad electoral de junio de 2009, un nuevo ingrediente: el conflicto social, azuzado y magnificado –en sus consecuencias molestas para la vida social- por las empresas periodísticas. Así, la protesta piquetera –oficial u opositora- se potenció y en paralelo la información relativa a la delincuencia de manera de generar la sensación de inseguridad. En el circuito de profecía autocumplida, los representantes de este sector aparecieron como los gurúes de las soluciones a estos problemas y responsabilizaron de su incremento al gobierno.
En esto, otra vez coincidieron estas entidades con sus posturas previas al golpe de 1976. El discurso de la Apege –tal era el nombre de la mesa de enlace de entonces- al tiempo que llamaba a la pacificación social, informaba que la única salida política era la propuesta por ellos. Algo parecido ocurre hoy: la ineficacia supuesta de Cristina Fernández sólo puede ser remediada por su vicepresidente, o por algún dirigente de la oposición embanderado en el ideario mesaenlacista.
LA CUESTIÓN DESTITUYENTE
Es interesante señalar dos situaciones en la nueva etapa política. La primera, de manera analógica con lo que ocurrió en 1945 con la ocupación del espacio social y político por parte de los trabajadores y de quienes formaron el primer peronismo. En la actualidad ocurre algo que merece un análisis. Históricamente, el peronismo –y sobre todo la generación de 1970- cuestionó la legalidad institucional y la validez de la experiencia democrática, de la que estuvo proscripto desde 1955 hasta 1973. Esa consideración peyorativa dejó las instituciones en manos de los representantes de los sectores más conservadores ligados al establishment.
Cuando la actitud hacia la institucionalidad en general y la democracia en particular cambió, y el gobierno kirchnerista decidió dar la batalla dentro de ese marco jurídico y legal con la exigencia de que las instituciones respondan a las funciones para las que fueron creadas, comenzó la disputa, la pelea por ese espacio. La pregunta de los sectores dominantes pareció ser: “¿Y a estos, qué les pasa? ¿Qué quieren acá?
Así, el peronismo, hecho maldito del país burgués, volvía a convertirse en los primeros años del nuevo milenio en un nuevo hecho maldito: esta vez, del sistema institucional, al que desafiaba desde adentro a cumplir con la función para la que había sido creado.
El segundo ingrediente a destacar es que, cada vez que el gobierno presuntamente fue derrotado –una bolsa de dinero en el baño de la oficina de Felisa Miceli, caso de la valija; resolución 125; elecciones del 28 de junio de 2009- apostó a más y duplicó la apuesta por el poder: ley de servicios de comunicación audiovisual; asignación universal por hijo; reformulación y denuncia de la apropiación de Papel Prensa y ahora la reforma de la ley de entidades financieras. En una paráfrasis de los asesores de campaña de Bill Clinton, este momento del país se podría explicar diciendo “es el poder, estúpido”.
LA PREGUNTA SOBRE LA REGIONALIZACIÓN
Quizás por un defecto profesional, o por eso de que lo universal para por la aldea de uno, interesa pensar qué ocurre en Neuquén con el Bicentenario, en una provincia con característica de multicultural, poliétnica y, en cierto sentido binacional. No es menor saber que en esta provincia vive la mayor cantidad de habitantes mapuches –acriollados o no- por lo cual contiene a una de las franjas mayoritarias de pueblos originarios en el país. Además, aquí reside la mayor proporción de población de origen chileno en el país. Por último, se mantiene la condición aluvional en la constitución de su sociedad por la continuidad de migración de otras provincias.
Su condición de frontera –en un sentido geográfico- tiene correlato con el variado mestizaje de culturas, pueblos y gentes. No hay una sola, y toda la historia está por escribirse: desde la de los pueblos originarios hasta la campaña del desierto y las mismas misiones religiosas.
En una paráfrasis de los juegos de palabras a los que es tan afecto el rabino mediático Sergio Bergman, se puede decir que la grandeza de Neuquén es su diversidad y la diversidad de Neuquén es su grandeza. En eso comparte con el país su mayor variedad, su mayor riqueza: el mestizaje y, sobre todo, el mestizaje cultural. Nada de culturas endogámicas o de supuesta pureza racial. Lo más rico, lo más variado, lo más hondo y lo más amplio es el mestizaje.
Y en ese contexto, en Neuquén se mantiene un atractivo adicional: el rechazo a las jerarquías y a las aristocracias culturales y sociales y, por contrapartida, la reivindicación de lo plebeyo, de lo cimarrón. Su cultura se enmarca, entonces, en la mejor tradición nacional: si en el siglo XIX lo más genuino de la literatura argentina fue la poesía gauchesca, y “Martín Fierro” fue designado como el gran poema nacional, la cultura neuquina es matrera: matrera porque no se adapta, porque va por fuera de los cauces institucionales aunque a veces los utilice y porque en la marginalidad también encuentra su fuerza.
Esta condición también tiene otra cara, la de un individualismo extremo. Resulta muy difícil, en cualquier disciplina artística, mantener la continuidad de un grupo o de una tendencia. Porque también hay una mayor accesibilidad a los medios de producción cultural que en otras jurisdicciones. Entonces, pelea contra las jerarquías y aristocracias y accesibilidad a las maquinarias de “fabricar cultura” son dos condiciones que se superponen y sostienen la actividad en este campo.
El carácter binacional que diluye la frontera también le da una peculiaridad a esa frontera: no es geográfica ya –la cordillera de los Andes actúa como factor de unión y no de separación- sino política: el ferrocarril que se interrumpió a ambos lados, argentino y chileno respectivamente en Zapala y Lonquimay constituyó una barrera. Por eso no es casual que haya una población denominada Andacollo en Chile y en Argentina.
A manera de síntesis de lo anterior, se puede expresar en binomios generalizadores –y por eso mismo muchas veces inicuos- esta situación cultural en la provincia del Bicentenario: individualismo/rasgos corporativos; lo matrero/lo cosmopolita, excesivamente cosmopolita a veces; lo marginal/lo institucional.
Y puede quedar para responder una pregunta en el aire: ¿qué pasaba en el Neuquén del primer centenario?
De la misma manera que muchos quieren una fotografía del país de 1910 porque añoran la Argentina de los ganados y las mieses, de los ferrocarriles por y para el puerto y de la cuasi factoría con siervos de la gleba con ideologías y lenguas extrañas, Neuquén –y la Patagonia- se perciben como un gran desierto, un vacío a ocupar.
Entonces es necesario demoler el mito del espacio desierto, sin gente, una especie de operación abonada sobre todo por los viajeros ingleses, los misioneros italianos y españoles y los militares argentinos. Ese mito fundante que edifica un reino en la nada es una mentira que encubre el intento –y la realización- de la brutal apropiación de un espacio que ya estaba ocupado, y por pueblos que no habían sido vencidos por el colonizador español. Sólo había que arrasar(los) –arrasar el espacio y arrasar sus habitantes-.
De esa ocupación original y originante dan cuenta las leyendas y las fábulas que construyeron los primeros mitos y ese pensamiento genuino de la Patagonia que es la utopía. El primer utópico quizá fue Antonio Pigafetta, cuando aplicó sus lecturas de novelas de caballería a los tehuelches de la costa atlántica. La más reciente fue Irma Cuña, que partía de Trapalanda y la Ciudad de los Césares para descubrir ese pensamiento huidizo como el horizonte.

25.5.10

Declaración del Bicentenario - Carta abierta


Publicado también en Página/12 el domingo 23 de mayo. Un documento para reflexionar.

Conmemoramos el Bicentenario de la Argentina sin evocar un pasado mítico pero sabiendo que en los pliegues de su historia persisten memorias de un país para todos, muchas veces extraviado en su propio laberinto y otras arrojado a los poderes de la injusticia. De un país que supo de apasionadas escrituras libertarias y que guarda en sus fibras los nombres propios de los hombres y las mujeres que buscaron construir, individual y colectivamente, los trazos de otra patria. La que buscamos en los signos de esta época que ofrece la posibilidad cierta y urgente de encontrarnos con lo mejor de las tradiciones ancladas en los ideales de igualdad, libertad, justicia y soberanía. Ése es el mayo que nos urge desde hace 200 años.

De la Argentina de las luchas emancipatorias quedan los rastros de los esfuerzos políticos, de los trastrocamientos sociales, de la ruptura del orden colonial, pero también la memoria de lo irresuelto, de las promesas no realizadas, de lo popular sin redención. Es en los hilos de lo pendiente, en la memoria de las voluntades, que pronunciamos el nombre de Argentina, en este Bicentenario.

No lo hacemos en la Argentina del Centenario, ese espejo virtual que los poderes actuales instalan en el lugar de Paraíso Perdido. En aquella Argentina un futuro que se imaginaba dorado, sobre la base de los ganados y las mieses, se proyectaba bajo la égida de un Estado excluyente, con las mayorías silenciadas políticamente y con un mundo popular asolado por la desdicha. El Centenario fue oropeles y visitantes extranjeros, tanto como estado de sitio y lucha callejera. República para pocos y Ley de Residencia. Un modelo de país agroexportador incapaz de proyectarse con autonomía del Imperio Británico y de mirarse en otro espejo que no fuera el de un orden internacional injusto.
Jóvenes de clase alta incendiaron un circo plebeyo para que no alterase un paseo tradicional. Esas fogatas prepararon la Semana Trágica y los fusilamientos de la Patagonia, expresiones del odio oligárquico que se descargaría cada vez que el pueblo defendía sus derechos.

No aceptamos volver a la Argentina de 1910. No podemos identificarnos con un país de la desigualdad, el prejuicio y la exclusión. Ni con un país diseñado desde la lógica de los intereses corporativos, que ha venido rapiñando lo público y tratando de disolver lo mejor de las creaciones colectivas, que dieron forma a sistemas de educación y salud equitativos. No es nuestra tradición la que confunde “nación” con “raza” u origen geográfico ni la que reivindicó como causa nacional la aniquilación de pueblos originarios y de sus hombres y mujeres, la servidumbre y el despojo material y cultural, ni estamos dispuestos a tolerar sus abiertas o embozadas formas de persistencia. No queremos que se silencien las voces que desde el fondo de nuestra travesía como nación se expresaron para avanzar hacia una sociedad más igualitaria, ni convertirnos en espectadores que contemplan cómo unos pocos se complacen en sus riquezas mientras los que producen los bienes sociales son reprimidos, acallados o expulsados.

No queremos regresar a los fastos de ese Centenario que sigue persiguiendo
como una sombra espectral los sueños de emancipación, como lo hizo en el 30, en el 55, en el 66 y en el 76. Nuestro Bicentenario busca reencontrarse con los trazos que fueron dibujando los sueños de libertad e igualdad del primer Mayo y que debieron sortear incontables dificultades y las peores pesadillas. Somos ese país de sueños y de pesadillas. Se trata de recrear, con nuestra fuerza imaginativa y con inventivas populares, la fuerza emancipatoria del inicio, y las de las múltiples formas de resistencia que en nuestro suelo fueron ejercidas desde la Conquista y la Colonización, sabiéndonos parte de un destino común, entrelazado con el de los pueblos de toda América Latina, sin los cuales no puede pensarse un presente ni un futuro.

El Bicentenario es, fundamentalmente, una conmemoración de esas luchas
emancipatorias que en sus mejores momentos tenían menos un destino
local que una idea de lo americano. Que tiene su punto de inicio en la revolución de los esclavos haitianos y se consolida recién en 1824. Cuando hoy América Latina traza acuerdos y composiciones, cuando construye Unasur y afianza los compromisos políticos y económicos,cuando procura un destino común, vuelve a proyectarse sobre el fondo de la unidad anunciada en los primeros gritos libertarios, y la Argentina a reencontrarse con el destino que soñó al nacer.

Esta Argentina tiene en su corazón profundo una vida popular que ha sido
gravemente dañada y que es, así y todo, potente y creativa. El antiguo pueblo del himno ha sido rehecho por dictaduras atroces, persecuciones violentas,
modificaciones profundas de la economía y el Estado, tecnologías y lenguajes
comunicacionales capaces de generar las condiciones para que un sentido común amasado entre la dictadura y los años noventa, corroa las fuerzas de nuestra vida ocial y cultural e inhiba el diálogo activo con el pasado.

Ha sido reconfigurado y avasallado el pueblo. Y sin embargo, ha sido y es el
sustrato de las resistencias, la potencia creadora de nuevas formas de vida, de
lenguajes, de símbolos, de modos de encuentro, el horizonte de una real
autonomía simbólica y política de la nación. Ese pueblo tiene múltiples y
heterogéneos rostros políticos, se despliega en organizaciones diversas y en
experiencias no siempre concordantes. Los que aquí manifestamos lo hacemos como parte de ese pueblo, como parte de las organizaciones en las que se nuclea y se recrea.

Son los rostros de los trabajadores asalariados y sindicalizados, herederos de los que un 17 de octubre del 45 le dieron forma a sus exigencias de justicia y dignidad en una novedosa articulación política y que en mayo de 1969 hicieron temblar la ciudad de Córdoba. Son también los rostros sufridos de los desocupados que intentan recuperar una trama social devastada por el neoliberalismo y que en los noventa fueron el alma y el cuerpo de las resistencias, esa parte de los incontables que hoy marchan en pos de la equidad y el reconocimiento. Son los rostros de los activistas sociales y de los creadores culturales. Son los rostros de las militancias por los derechos humanos y de los pacientes articuladores de los barrios. Son los rostros de los estudiantes que supieron arrojarse a las luchas populares. Son los rostros de los empresarios comprometidos con ideales de autonomía nacional y los de los profesores y maestros que trajinan diariamente por la educación pública. Son los rostros de los migrantes latinoamericanos que han elegido estas tierras para construir sus propios sueños y de quienes dan testimonio de la expoliación a los pueblos originarios y de la defensa de sus derechos. Y recuerdan que sólo una América Latina de nuevas solidaridades podría alojar esas diferencias sin diluirlas en el relativismo cultural ni trasvasarlas a persistentes racismos. Son los rostros de la desdicha, del temor ante el peligro, de la alegría por la reunión y la voluntad colectiva.

La conmemoración del Bicentenario no puede desligarse de la consideración de ese pueblo que encuentra en estos días una remozada capacidad de movilización callejera y reconocimiento público. El futuro de la Argentina depende de la atenta vigilia popular, una vigilia hecha de alerta y compromiso, de reacción frente al peligro y de entusiasmos compartidos. Mucho se ha hecho en estos años del siglo XXI para restañar la vida popular dañada. Todos deben saber -todas las dirigencias políticas y sociales- que ningún retroceso es aceptable. Que este pueblo tiene compromisos profundos con las transformaciones realizadas y las faltantes y que encontrará en la memoria de sus luchas pasadas y en las necesidades del presente, la fuerza para resistir cualquier intento de restauración conservadora. No hay vuelta atrás que pueda resultarnos tolerable. No hay interrupción que consideremos viable. La Argentina actual, capaz de enjuiciar los crímenes del pasado y generar políticas de reparación para las desigualdades contemporáneas, no puede ser suprimida por los agentes de la reacción.

Deben ser conjuradas las maniobras de quienes conspiran en las sombras y
agitan desde los espacios mediáticos. Pero también resguardar al país de la
corrosión de sus lenguajes y de una sensibilidad social, cultural y política
menguada en sus capacidades críticas y creativas, como de los condicionamientos en los modos de vida y de pensamiento impuestos por las
culturas imperiales. Sabemos que no se sale indemne de las heridas infringidas por los poderes de la dominación y que las diversas formas de la injusticia, la humillación y la fragmentación marcaron a fuego el tejido social. Pero también percibimos que algo poderoso vuelve a manifestarse en la patria de todos. En la particular situación de América Latina en estos inicios del siglo XXI, este pueblo, hecho de memoria y de presente, escrito su cuerpo por las mil escrituras de la resistencia, las derrotas y los sueños, tiene la potencia de realizar ese llamado ante los peligros y la afirmación de su resistencia ante toda forma de la devastación.

El estado de este pueblo es, hoy, la vigilia: apuesta a la defensa de las
reparaciones alcanzadas y a la perseverante insistencia en lo pendiente. Si es
capaz de mirar al pasado de la nación e inspirarse en la épica americanista de los revolucionarios de mayo, lo hará porque su realización está en las señales del presente y en la apuesta al futuro. Tiene ante sí el desafío de dar lugar a lo nuevo que surge y de contribuir a que se extiendan y fortalezcan los modos en que los argentinos deciden vivir su libertad para afianzar la de todos. Estamos convocando a un acto de emancipación, capaz no sólo de enfrentar las trabas que interponen, ayer como hoy, los intereses poderosos, sino de proponer nuevas soluciones imaginativas y nuevos objetivos que estén a la altura de una sociedad enfrentada al desafío acuciante de ser más equitativa. Y a través del ejercicio de la libertad, de la participación y de la movilización, a llevar a cabo las grandes tareas pendientes, particularmente las que conducen a enfrentar las desigualdades sociales que persisten como una llaga que no se cierra –tareas cuyas señales han sido dadas en estos últimos tiempos-. Un mayo de la equidad y de la igualdad, un mayo en el que la riqueza sea mejor distribuida entre todos los habitantes de esta tierra.

Por todo esto convocamos, con el entusiasmo y la pasión que emanan de nuestra historia compartida, a emprender las transformaciones estructurales y culturales que se necesitan para contrarrestar el saldo de décadas de deterioro y desguace, y avanzar hacia nuevos modos de relación entre los ciudadanos, la política y el Estado. Somos esos sueños y esas múltiples y diversas experiencias sin las cuales no podríamos imaginar un futuro. Conmemorar el Bicentenario implica tomar nota de lo nuevo y convocar lo existente hacia una profundización de la democracia. Los hombres de Mayo tuvieron ante sí la tarea de construir una nación despojada de la herencia colonial. Lo hicieron en parte y la situación de América Latina exige la continuidad de ese esfuerzo. Como para ellos antes, para nosotros hoy no hay retroceso tolerable y sí un enorme desafío histórico: la construcción de una sociedad emancipada y justa.


Espacio Carta Abierta • Gustavo Arrieta (intendente de Cañuelas) • Ricardo
Moccero (intendente de Coronel Suarez) • Mario Secco (Intendente de Ensenada) • Darío Díaz Pérez (Intendente de Lanús) • Graciela Rosso (intendenta de Luján) • Francisco Barba Gutiérrez (intendente de Quilmes) • Osvaldo Amieiro (Intendente de San Fernando) • Juan Carlos Schmid (Sec. de Capacitación y Formación CGT) • Julio Piumato (Sec. Derechos Humanos CGT) • Horacio Ghilini (Sec. Defensa del Consumidor y Estadisticas CGT) • Milagro Sala (Secretaria Acción Social CTA Nacional - Coordinadora Nacional Túpac Amaru) • Raúl Noro (Secretario de Prensa CTA Jujuy - Mesa Nacional Túpac Amaru) • Edgardo Depetri (Frente Transversal) • Oscar Laborde (Frente Transversal) • Luis D’Elía (Central de Movimientos Populares) • Emilio Persico (Movimiento Evita) • Fernando “Chino” Navarro (Movimiento Evita) • Lito Borello (Organización Política y Social Comedor Los Pibes) • Dr. Carlos Oviedo (Corriente Peronista Germán Abdala) • Lorena Pokoik García (Corriente Peronista Germán Abdala)• Gastón Harispe (Movimiento Octubres) • Carlos De Feo (CONADU - CTA) • Federico Montero (CONADU - CTA) • Manuel Alzina (Secretario Adjunto CTA-Capital) • Francisco "Tito" Nenna (Encuentro de articulación popular)Oscar González (Socialismo Bonaerense) • Ariel Basteiro (Socialismo Bonaerense) • Juan Carlos Fernández Alonso (Socialismo Porteño - Unidad Socialista) • Ricardo Romero (Socialismo Porteño - Unidad Socialista • Rodolfo Fernández (Partido Proyecto Popular) • Fernando Suárez (Partido Proyecto Popular) • Luis Ammann (Partido Humanista) • Claudia Neva (Partido Humanista) • Patricio Echegaray (Partido Comunista) • Jorge Kreyness (Partido Comunista) • Jorge Pereyra (Partido Comunista Congreso Extraordinario) • Rodolfo Módena (Partido Comunista Congreso Extraordinario) • Eduardo Sigal (Partido Frente Grande) • Adriana Puiggrós (Partido Frente Grande) • Agustín Rossi (Movimiento Santafesino por la Justicia Social) • Héctor Cavallero (Movimiento Santafesino por la Justicia Social) • Silvia Vázquez (Partido de la Concertación) • Gustavo López. (Partido de la Concertación) • Roberto Feletti (Partido de la Victoria - MoPoS) •Abel Fatala (Red por Buenos Aires) • Carlos López (Corriente Nacional y Popular) • Jorge Giles (Corriente Nacional y Popular) • Jorge “Quito”Aragón (Corriente Nacional Martín Fierro) • Nahuel Beibe (Corriente Nacional Martín Fierro) • Cacho Fuentes (Encuentro de la Militancia La Bernalesa) • Ignacio Rojo (Organización Envar El Kadri) • Marcelo “Nono”Frondizi (Sec. Gremial ATE Capital) (Organización Envar El Kadri) • Andrés Larroque (Agrupación La Campora) • Juan Cabandié (Agrupación La Campora) • Manuel Del Fabro (Mov. Nac. por la Unidad Americana) • Juan Carlos Rodriguez (Mov. Nac. por la Unidad Americana) • Rubén Drí (Movimiento Patria Grande) • Norberto Galasso (Corriente Enrique Santos Discépolo)


ver en: http://www.cartaabierta.org.ar/index.php/declaraciones/82-declaracion-del-bicentenario

29.4.10

Política de nombres




por Horacio González

Durante muchos años, se les ha pedido a sucesivos directores de la Biblioteca Nacional, que procedan a cambiar el nombre de la Hemeroteca, denominada Gustavo Martínez Zuviría. En mi caso personal, recibí durante cinco años este reclamo por parte de numerosas organizaciones y personas. Se trataba de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados –en dos oportunidades-, de importantes intelectuales de nuestro país y del exterior, y de instituciones vinculadas a la memoria del Holocausto. En todos los casos, hemos respondido con prudencia y llamando a una profunda reflexión sobre este caso.
El prolífico escritor Martínez Zuviría fue durante un cuarto de siglo Director de la Biblioteca Nacional, y durante todo ese período –desde su despacho en el primer piso de la calle México 564-, impartió vehementes opiniones militantes de carácter discriminatorio. Su antisemitismo de combate fue notorio y no se limitó a sus novelas. El investigador Boleslao Lewin fue impedido de entrar a la Sala del Tesoro para realizar sus investigaciones por su condición de judío, y en forma humillante se lo limitaba a la sala general. Un modesto progrom se realizaba así en las instalaciones bibliotecarias. Lewin fue autor de decisivos trabajos sobre Tupac Amaru y la independencia sudamericana, revisando los archivos de la Inquisición en el Perú. Este investigador polaco exilado en la Argentina, dedicó su vida a estudiar la emancipación de nuestros países desentrañando la veta inquisitorial que subyace en la profundidad de nuestras sociedades históricas y que nunca deja de llegar largamente hasta nosotros.
Martínez Zuviría, que escribía bajo el conocido pseudónimo de Hugo Wast, publicó novelas antisemitas, como Kahal y Oro, en las que cuenta una conspiración judía para apoderarse de Buenos Aires en 1950 con técnicas alquimísticas para fabricar oro y arruinar las finanzas capitalistas. Estos folletines, que en su momento contaron con numerosos lectores, tenían un ameno desarrollo basado enteramente en la superchería de los Protocolos de los Sabios de Sión, modelo esencial del relato conspirativo universal. A punto de ser traducida masivamente en la Alemania de los años 40, la novela es finalmente vetada por las editoriales nazis de la época pues tiene un final “medieval”. Una joven judía era redimida de sus pecados por el héroe cristiano. El nazismo, en su demasía absoluta, no coronaba sus propias pesadillas con este tipo de redenciones. Más comedido en sus afanes, podríamos decir que Hugo Wast pensaba en lo que Borges, con frase que tomamos de La muerte y la brújula, denominaba irónicamente un “progrom frugal”.
Martínez Zuviría-Wast pertenecía a los sectores más reaccionarios de la Iglesia argentina y había negado la participación eminente y esencial de Mariano Moreno en la fundación de la Biblioteca Nacional hace exactamente 200 años, entonces llamada Biblioteca Pública de Buenos Ayres. Ya en la época de su presencia en la Biblioteca, abundaron las polémicas sobre sus opiniones y decisiones. El poeta César Tiempo, secretario de la Sociedad de Escritores de aquel momento, escribió un gran folleto sobre el tema, sin duda patrocinado por Leopoldo Lugones, presidente y fundador de la Sade. Esta institución era lindera a la Biblioteca y Lugones conocía bien a Wast. El autor de Lunario sentimental podrá ser cuestionado por muchas de sus opiniones políticas, pero supo en su momento repudiar dignamente la folletería antisemita surgida de espíritus curialescos y atrabiliarios.
Otro gran escritor de la época –y de todas las épocas- Ezequiel Martínez Estrada, al observar el oscurantismo moral e intelectual al que estaba sometida la Biblioteca, en su magnífica obra La cabeza de Goliat (1940), escribió que todo parecía indicar que el busto de mármol de Mariano Moreno situado en la sala principal de lectura, estaba cabeza para abajo.
Llegó el momento de poner a Mariano Moreno sobre sus pies. Estamos en fecha propicia. El actual nombre de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional será cambiado esta semana por el de Ezequiel Martínez Estrada, escritor universalista de la condición argentina, inventor de formas narrativas y ensayísticas emancipadas, autor de estudios decisivos sobre el Martín Fierro, la pampa y la ciudad, Kafka y Montaigne y la turbada historia nacional, también partidario de una teoría de la lectura –la lectura conmocionante y curadora- que se entrelaza con las más modernas perspectivas de la crítica literaria actual.
No tomamos exultantes esta decisión. Actuamos según la enseñanza spinoziana: No reír, no lamentar, no detestar, sino comprender. Así encaramos esta decisión necesaria y pendiente, reclamada por el parlamento y sectores plurales de la sociedad. Nosotros mismos la habíamos demorado por diversas consideraciones. No íbamos a responder al negacionismo con una ocultación de nombres y un desconocimiento de la ruda facticidad de lo histórico. Martínez Zuviría es parte de la historia de la Biblioteca Nacional –así lo atestiguan numerosos y no suprimibles indicios-, pero concluimos que no debe ser el nombre de una de sus salas principales.
En efecto, como bibliotecario, Martínez Zuviría fue un tipo de erudito que tiene notorios representantes en la historia de la cultura, que unió archivismo y conspiración, bibliofilia e inquisición. Reconocidamente, se le debe la publicación de documentos capitales de la historia colonial argentina –que ya habían sido recopilados por el empeñoso sacerdote Saturnino Segurola y el polígrafo Pedro de Ángelis-, y la compra de la colección Foulché-Delbosc, uno de los patrimonios más valiosos de la Biblioteca Nacional. Nada de esto será desconocido, ni ignorado, ni olvidado. Al contrario, todo está a la vista, apto para la meditación y el estudio. Pero fuera del signo vital de las conmemoraciones, que son lo que una comunidad crea y recrea en lo más profundo del espíritu colectivo. El máximo tótem del antisemitismo argentino, expuesto como señal conmemorativa, ofende finalmente a quienes buscan de todas las formas posibles los nuevos cimientos para reconstruir una democracia avanzada, igualitaria y no discriminativa en la Argentina. No la habrá sino recogemos los signos dispersos del pasado para una nueva meditación convocante, para un nuevo juicio que piense serenamente desde tantas y múltiples heridas.
Mucho deliberamos antes de tomar esta medida de justicia frente a la esquiva y difícil memoria nacional. Acudió repentinamente a nosotros la frase de Nietzsche en Zarathustra, dirigida a los comuneros de París en 1871: “no tiréis columnas, que volverán más seductoras a su lugar”. Pesaba también el hecho de ser justos con los nombres que invitan a reflexiones profundas sobre la existencia y la reparación de las vidas conculcadas, sin ser injustos con una complejísima institución nacional. Pero repentinamente, y al calor de estas épocas que invitan a construir nuevas columnas morales e intelectuales –con reconocibles dificultades a la vista-, como si resurgiera el espectro de Tupac Amaru desde las páginas de Boleslao Lewin, una voz de la historia susurró que había que reponer un hilo que uniera las partes rotas del memorial argentino y que sirviera también como un llamado reflexivo hacia nuestra vida cultural, hacia los lectores e investigadores y hacia los propios trabajadores de la Biblioteca Nacional.

28.4.10

Bergoglio: recordando con ira

Jorge Adur, sacerdote asuncionista desaparecido en 1980.











El rol del ahora cardenal Bergoglio en la desaparición de sacerdotes y el apoyo a la represión dictatorial es confirmado por cinco nuevos testimonios. Hablan un sacerdote y un ex sacerdote, una teóloga, un seglar de una fraternidad laica que denunció en el Vaticano lo que ocurría en la Argentina en 1976 y un laico que fue secuestrado junto con dos sacerdotes que no reaparecieron. La iracunda reacción de Bergoglio, quien atribuye al gobierno el escrutinio de sus actos.
Por Horacio Verbitsky

Marina Rubino (con su esposo, Pepe Godino). La teóloga escuchó de labios del obispo Raspanti que Bergoglio le impidió recibir en su diócesis de Morón a Yorio y Jalics. Días después los secuestraron.Cinco nuevos testimonios, ofrecidos en forma espontánea a raíz de la nota “Su pasado lo condena”, confirman el rol del ahora cardenal Jorge Bergoglio en la represión del gobierno militar sobre las filas de la Iglesia Católica que hoy preside, incluyendo la desaparición de sacerdotes. Quienes hablan son una teóloga que durante décadas enseñó catequesis en colegios del obispado de Morón, el ex superior de una Fraternidad sacerdotal que fue diezmada por las desapariciones forzadas, un seglar de la misma Fraternidad que denunció los casos al Vaticano, un sacerdote y un laico que fueron secuestrados y torturados.

Teóloga con minifalda
Dos meses después del golpe militar de 1976 el obispo de Morón, Miguel Raspanti, intentó proteger a los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics porque temía que fueran secuestrados, pero Bergoglio se opuso. Así lo indica la ex profesora de catequesis en colegios de la diócesis de Morón, Marina Rubino, quien en esa época estudiaba teología en el Colegio Máximo de San Miguel, donde vivía Bergoglio. Por esa circunstancia conocía a ambos. Además había sido alumna de Yorio y Jalics y sabía del riesgo que corrían. Marina decidió dar su testimonio luego de leer la nota sobre el libro de descargo de Bergoglio.

Marina Rubino vive en Morón desde siempre. En el Colegio del Sagrado Corazón de Castelar daba catequesis a los chicos y formaba a los padres, que le parecía lo más importante. “Una vez por mes nos reuníamos con ellos. Era un trabajo hermoso. Esta experiencia duró quince años”. También dio cursos de iniciación bíblica “en todos los lugares no turísticos de la Argentina. Teníamos una publicación, con comentarios a los textos de los domingos, queríamos que las comunidades tuvieran elementos para pensar”. Desde que se jubiló da clases de telar, en centros culturales, sociedades de fomento o casas.

No quiso ingresar al seminario de Villa Devoto porque no le interesaba la formación tomista, sino la Biblia. En 1972 comenzó a estudiar Teología en la Universidad del Salvador. La carrera se cursaba en el Colegio Máximo de San Miguel. En primer año tuvo como profesor a Francisco Jalics y en segundo a Orlando Yorio. Mientras estudiaba, coordinaba la catequesis en el colegio Sagrado Corazón de Castelar, donde también estaba la religiosa francesa Léonie Duquet. “Eran tiempos difíciles. Por hacer en el colegio una opción por los pobres tomándonos en serio el Concilio Vaticano II y la reunión del CELAM en Medellín perdimos la mitad del alumnado. Pero mantuvimos esa opción y seguimos formando personas más abiertas a la realidad y al compromiso con los más necesitados sosteniendo que la fe tiene que fortalecer estas actitudes y no las contrarias.” El obispo era Miguel Raspanti, quien entonces tenía 68 años y había sido ordenado en 1957, en los últimos años del reinado de Pío XII. Era un hombre bien intencionado que hizo todos los esfuerzos por adaptarse a los cambios del Concilio, en el que participó. Después del cordobazo de 1969 repudió las estructuras injustas del capitalismo e instó al compromiso con “la liberación de nuestros hermanos necesitados”. Pero el problema más grave que pudo identificar en Morón fue el aumento de los impuestos al pequeño comerciante y el propietario de la clase media. “Muchas veces hubo que discutir y sostener estas opciones en el obispado y monseñor Raspanti solía terminar las entrevistas diciéndonos que si creíamos que había que hacer tal o cual cosa, si estábamos convencidos, él nos apoyaba”, recuerda Marina. Sus palabras son seguidas con atención por su esposo, Pepe Godino, un ex cura de Santa María, Córdoba, que integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.

Marina cursaba teología en San Miguel de 8.30 a 12.30. No le habían dado la beca porque era mujer, pero como era la coordinadora de catequesis en un colegio del obispado, Raspanti intercedió y obtuvo que una entidad alemana se hiciera cargo del costo de sus estudios. Tampoco le quisieron dar el título cuando se recibió, en 1977. El director del teologado, José Luis Lazzarini, le dijo que había un problema, que no se habían dado cuenta de que era mujer. Marina partió en busca de quien la había recibido al ingresar, el jesuita Víctor Marangoni:

–Cuando me viste por primera vez, ¿te diste cuenta o no de que era mujer?

–Sí, claro, ¿por qué? –respondió azorado el vicerrector ante esa tromba en minifalda.

–Porque Lazzarini no me quiere dar el título.

Marangoni se encargó de reparar ese absurdo. Marina tiene su título pero nunca se realizó la entrega oficial.

La desprotección
Un mediodía, al salir de sus cursos, “lo encuentro a monseñor Raspanti parado en el hall de entrada, solo. No sé por qué lo tenían allí esperando. Estaba muy silencioso, le pregunté si esperaba a alguien y me dijo que sí, que al padre provincial Bergoglio. Tenía el rostro demudado, pálido, creí que estaba descompuesto. Lo saludé, le pregunté si se sentía bien, y lo invité a pasar a un saloncito de los que había junto al hall”.

–No, no me siento mal, pero estoy muy preocupado –le respondió Raspanti.

Marina dice que tiene una memoria fotográfica de aquel día. Habla con voz calma pero se advierte el apasionamiento en sus ojos grandes y expresivos. Pepe la mira con ternura.

“Me impresionó verlo solo a Raspanti, que siempre iba con su secretario”, dice. Marina sabía que sus profesores Jalics y Yorio y un tercer jesuita que trabajaba con ella en el colegio de Castelar, Luis Dourron, habían pedido pasar a la diócesis de Morón. Yorio, Jalics, Dourron y Enrique Rastellini, que también era jesuita, vivían en comunidad desde 1970, primero en Ituzaingó y luego en el Barrio Rivadavia, junto a la Gran Villa del Bajo Flores, con conocimiento y aprobación de los sucesivos provinciales de la Compañía de Jesús, Ricardo Dick O’Farrell y Bergoglio. “Le dije que Orlando y Francisco habían sido profesores míos y que Luis trabajaba con nosotros en la diócesis, que eran intachables, que no dudara en recibirlos. Todos estábamos pendientes de que pudieran venir a Morón. Ninguno de los que conocíamos la situación nos oponíamos. Raspanti me dijo que de eso venía a hablar con Bergoglio. A Luis ya lo había recibido, pero necesitaba una carta en la que Bergoglio autorizara el pase de Yorio y Jalics.”

Marina entendió que era una simple formalidad, pero Raspanti le aclaró que la situación era más complicada. “Con las malas referencias que Bergoglio le había mandado él no podía recibirlos en la diócesis. Estaba muy angustiado porque en ese momento Orlando y Francisco no dependían de ninguna autoridad eclesiástica y, me dijo:

–No puedo dejar a dos sacerdotes en esa situación ni puedo recibirlos con el informe que me mandó. Vengo a pedirle que simplemente los autorice y que retire ese informe que decía cosas muy graves.

Cualquiera que ayudara a pensar era guerrillero, comenta Marina. Acompañó a su obispo hasta que Bergoglio lo recibió y luego se fue. Al salir vio que tampoco estaba en el estacionamiento el auto de Raspanti. “Debe haber venido en colectivo, para que nadie lo siguiera. Quería que la cosa quedara entre ellos dos. Estaba haciendo lo imposible por darles resguardo.”

La teóloga agrega que le impresionó la angustia de Raspanti, “que si bien no podía ser calificado de obispo progresista, siempre nos defendió, defendió a los curas cuestionados de la diócesis, se llevaba a dormir a la casa episcopal a los que corrían más riesgo y nunca nos prohibió hacer o decir algo que consideráramos fruto de nuestro compromiso cristiano. Como buen salesiano se portaba como una gallina clueca con sus curas y sus laicos, cobijaba, cuidaba aunque no estuviera de acuerdo. Eran puntos de vista distintos, pero él sabía escuchar y aceptaba muchas cosas”. Uno de esos curas es Luis Piguillem, quien había sido amenazado. Regresaba en bicicleta cuando se topó con un cordón policial que impedía el paso. Insistió en que quería pasar, porque su casa estaba en el barrio y un policía le dijo:

–Vas a tener que esperar porque estamos haciendo un operativo en la casa del cura.

Piguillem dio vuelta con su bicicleta y se alejó sin mirar hacia atrás. De allí fue al obispado de Morón, donde Raspanti le dio refugio. Los militares dijeron que se había escondido bajo las polleras del obispo. Pero no se atrevieron a buscarlo allí.

–¿Raspanti era consciente del riesgo que corrían Yorio y Jalics?

–Sí. Dijo que tenía miedo de que desaparecieran. No pueden quedar dos sacerdotes en el aire, sin un responsable jerárquico. Pocos días después supimos que se los habían llevado.

De Córdoba a Cleveland
Otro testimonio recogido a raíz de la publicación del domingo es el del sacerdote Alejandro Dausa, quien el martes 3 de agosto de 1976 fue secuestrado en Córdoba, cuando era seminarista de la Orden de los Misioneros de Nuestra Señora de La Salette. Luego de seis meses en los que fue torturado por la policía cordobesa en el Departamento de Inteligencia D2 pudo viajar a Estados Unidos, adonde ya había llegado el responsable del seminario, el sa-

cerdote estadounidense James Weeks, por quien se interesó el gobierno de su país. Este año se realizará en Córdoba el juicio por aquel episodio, cuyo principal responsable es el general Luciano Menéndez. Ahora Dausa vive en Bolivia y cuenta que tanto Yorio como Jalics le dijeron que Bergoglio los había entregado.

Al llegar a Estados Unidos supo por organismos de derechos humanos que Jalics se encontraba en Cleveland, en casa de una hermana. Dausa y los otros seminaristas, que estaban iniciando el noviciado, lo invitaron a dirigir dos retiros espirituales. Ambos se realizaron en 1977, uno en Altamont (estado de Nueva York) y otro en Ipswich (Massachusetts). Recuerda Dausa: “Como es natural, conversamos sobre los secuestros respectivos, detalles, características, antecedentes, señales previas, personas involucradas, etc. En esas conversaciones nos indicó que los había entregado o denunciado Bergoglio”.

En la década siguiente, Dausa trabajaba como cura en Bolivia y participaba de los retiros anuales de La Salette en Argentina. En uno de ellos los organizadores invitaron a Orlando Yorio, que para esa época trabajaba en Quilmes. “El retiro fue en Carlos Paz, Córdoba, y también en ese caso conversamos sobre la experiencia del secuestro. Orlando indicó lo mismo que Jalics sobre la responsabilidad de Bergoglio.”

Los asuncionistas
Yorio y Jalics fueron secuestrados el 23 de mayo de 1976 y conducidos a la ESMA, donde los interrogó un especialista en asuntos eclesiásticos que conocía la obra teológica de Yorio. En uno de los interrogatorios le preguntó por los seminaristas asuncionistas Carlos Antonio Di Pietro y Raúl Eduardo Rodríguez. Ambos eran compañeros de Marina Rubino en el Teologado de San Miguel y desarrollaban trabajo social en el barrio popular La Manuelita, de San Miguel, donde vivían y atendían la capilla Jesús Obrero. De allí fueron secuestrados diez días después que los dos jesuitas, el 4 de junio de 1976, y llevados a la misma casa operativa que Yorio y Jalics. A media mañana Di Pietro llamó por teléfono al superior asuncionista Roberto Favre y le preguntó por el sacerdote Jorge Adur, que vivía con ellos en La Manuelita.

–Recibimos un telegrama para él y se lo tenemos que entregar –dijo.

De ese modo, consiguió que la Orden se pusiera en movimiento. El superior Roberto Favre presentó un recurso de hábeas corpus, que no obtuvo respuesta. Adur logró salir del país, con ayuda del nuncio Pio Laghi, y se exilió en Francia. Volvió en forma clandestina en 1980, convertido en capellán del autodenominado “Ejército Montonero” y fue detenido-desaparecido en el trayecto a Brasil, donde procuraba entrevistarse con el papa Juan Pablo II. El mismo camino del exilio siguió uno de los detenidos en la razzia del barrio La Manuelita, el entonces estudiante de medicina y hoy médico Lorenzo Riquelme. Cuando recuperó su libertad la Fraternidad de los Hermanitos del Evangelio le dio hospitalidad en su casa porteña de la calle Malabia. En comunicaciones desde Francia con quien era entonces el superior de los Hermanitos del Evangelio, Patrick Rice, Riquelme dijo que quien lo denunció fue un jesuita del Colegio de San Miguel, quien era a la vez capellán del Ejército. Está convencido de que ese sacerdote presenció las torturas que le aplicaron, cree que en Campo de Mayo.

El ablande
También como consecuencia de la nota del domingo aceptó narrar su conocimiento del caso un fundador de la Fraternidad seglar de los Hermanitos del Evangelio Charles de Foucauld, Roberto Scordato. Entre fines de octubre y principios de noviembre de 1976, Scordato se reunió en Roma con el cardenal Eduardo Pironio, quien era prefecto de la Congregación vaticana para los religiosos, y le comunicó el nombre y apellido de un sacerdote de la comunidad jesuita de San Miguel que participaba en las sesiones de tortura en Campo de Mayo con el rol de “ablandar espiritualmente” a los detenidos. Scordato le pidió que lo transmitiera al superior general Pedro Arrupe pero ignora el resultado de su gestión, si tuvo alguno. Consultado para esta nota Rice, quien también fue secuestrado y torturado ese año, dijo que eso no hubiera sido posible sin la aprobación del padre provincial. Rice y Scordato creen que ese jesuita se apellidaba González pero a 34 años de distancia no lo recuerdan con certeza.

Iracundia
Como cada vez que su pasado lo alcanza, Bergoglio atribuye la divulgación de sus actos al gobierno nacional. Esta semana reaccionó con furia, durante la homilía que pronunció en una misa para estudiantes. En lo que su vocero describió como “un mensaje al poder político”, dijo que “no tenemos derecho a cambiarle la identidad y la orientación a la Patria”, sino “proyectarla hacia el futuro en una utopía que sea continuidad con lo que nos fue dado”, que los chicos no tienen otro horizonte que comprar un papelito de merca en la esquina de la escuela y que los dirigentes procuran trepar, abultar la caja y promover a los amigos. Con este ánimo iracundo inaugurará mañana en San Miguel la primera asamblea plenaria del Episcopado de 2010.

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3.3.10

Batalla de Agincourt


Por Horacio González *
(Publicado en Página/12 el 3 de marzo de 2010)


En 1415 tuvo lugar la batalla de Agincourt, tema para especialistas en historia inglesa. Se recordaría menos si no la hubiera tomado Shakespeare en su Enrique V. El monólogo que pone en boca del rey Enrique es una formidable pieza que llama a no decaer nunca en el entusiasmo, a pesar de la inferioridad de condiciones. Pero el monólogo no es el del mero entusiasta, por encima de una realidad desfavorable. Se trataba de preguntarse por las bases mismas de la acción, la emotividad del hombre político que renace ante el umbral mismo del fracaso o el desastre. El discurso de Enrique V consistía en un brebaje, tomado de un solo sorbo, compuesto por el elixir del honor. El día de la batalla, ese “día de San Crispín”, iba a ser siempre recordado, cualquiera fuera el resultado, por componer una refundación de la vida en común. La hermandad de los valientes en medio de una empresa casi imposible. Entonces, con su horror y sus muertos, la batalla fundaría una nueva estirpe heroica, aunque no vanidosa. Sólo vigente en un callado recuerdo.

Es el discurso de la emoción política en torno de un heroísmo prodigioso; el heroísmo de los que estaban en minoría y hambrientos. Implica la recreación humana a partir de su irrisoria condición de debilidad. Es la epopeya de los exhaustos y alicaídos que extraen un arrebato épico casi de la nada. Los poemas de René Char en sus cantos de la resistencia francesa retomarían el tema bajo el nombre del “tesoro perdido”, pues el recuerdo de un fervor desaparecido seguía siendo una nostalgia fecunda. Eran esos hombres comunes que en un momento de sus vidas toman sobre sí una tarea extraordinaria. Creaban la hermandad de los resistentes desprovistos de fuerzas materiales. Sólo poseían su convicción, su pensamiento o su gratuidad militante.

Todos los momentos generosos de una sociedad parten de sentimientos que brotan inesperadamente. Nadie es un héroe. La situación heroica es la más común de las situaciones. Surge de la fragilidad, la angustia o de la desesperanza. No vivimos hoy momentos de entusiasmo cívico, colectivo o político. Si el entusiasmo es la forma laica de un deseo trascendente, no estamos en una época propicia a estos afanes. Por el contrario, nos hallamos inmersos en sociedades que creen ser hedónicas y son apenas espasmos de avaricias reivindicantes. La incredulidad generalizada es un subproducto de la democracia mediática, del predominio de pequeñas maniobras, de la irritación táctica y de tácticas irritadas. Sin “discursos de San Crispín”.

La palabra pública reflexionante ha sido reemplazada por mandobles calculados, ensayos chulos de lenguaje, monosílabos que si son groseros calan más. El concepto de lo político, con su sujeto dramático, ha sido reemplazado por la “operación política”, la noticia “plantada”, la obstrucción tramada en trastiendas políticas. El despliegue de ideas sostenidas por razonamientos complejos ha sido reemplazada por chicanas y gracias televisivas, mezquinas acciones toleradas llamadas “palos en la rueda” o “pases de factura”; las construcciones en común han sido reemplazadas por exorcismos y cuarentenas: “no quedar pegado”, “le soltó la mano”.

Entendámonos: los requiebros en el habla colectiva y las metáforas del acervo picaresco no son enemigos de la democracia, son el grano de sal que condimenta el viejo pacto entre los lenguajes cultivados y el manantial justiciero de las ironías populares. Pero ahora la política nacional parece estar en estado permanente de chicotazo verbal, con especialistas en “meter la tapa” en programas de tevé, investigadores de la vida privada, moralistas que prometen adecentamiento y parecen emisarios espectrales de Savonarola, manoseadores de biografías con técnicas de basural, gritones mutuamente profesionales de frases como “yo lo dejé hablar, ahora hablo yo”, que son el síntoma disgregador de un espacio dialogal del que deben surgir sujetos políticos y no energúmenos trastrocados. Estamos tentados a decir que falta el “discurso de San Crispín” –el alegato de Agincourt– para despertar la conciencia pública de sus encasillamientos facciosos.

Las migas deshechas de los pensamientos políticos que otrora producían el entusiasmo público acabaron siendo formas atrincheradas del rencor. El país se mira sus manos, medio vacías o medio llenas según quién opine, y recrea el espectáculo de una sociedad viva pero turbada, ensimismada y a punto de ser arrastrada por cualquier bribonada política. Durante el conflicto con el campo se discutió qué cosa impulsaba a las conciencias, el motor anímico que llevaba a manifestar en las calles. Las formas ya encuadradas del pueblo fueron condenadas en nombre de una conciencia incontaminada, regenerativa. Eran los “dignos” de alma traslúcida contra los hombres suburbanos subidos en camiones. Un nuevo clasismo “sin intereses” pudo presentarse como superior a las formas heredadas de adhesión popular. El gran éxito de las difusas derechas fue el hacer creer que retenían para sí la militancia desinteresada y emitir un sello condenatorio contra los engarces habituales de la movilización colectiva. Esa batalla la perdió el Gobierno. Y también la sociedad, aunque ella no se haya dado cuenta.

Fue la pepita de oro encontrada para hacer creer, luego, que el máximo atentado contra la institucionalidad vigente –un vicepresidente considerado por el periodismo pendenciero como un “obispo entre infieles”–, sea considerado un gesto republicano y no una grave alteración del cuadro constitucional. Juristas destacados, políticos éticos y analistas sesudos –es fácil conseguir esos títulos en la fábrica de certificados de la alta prensa nacional– insisten en que ese hombre, vicepresidente de marras, cumple correctamente su misión y nada importan los actos secesionistas que se producen por el solo hecho de estar sentado en esa silla, como Kagemucha, el criado japonés. Este hombre trivial con sus ávidos asesores de otros carnavales, ha descubierto que hacer política es quedarse apenas sentado, dejando un recado cismático cotidiano en el seno del Estado con sólo poner sus posaderas en una angarilla del Senado. En esta institucionalidad dividida, su voto tiene valor catastrófico, revelando cómo un sistema que se postula republicano se desgarra por la presencia del hombre sin cualidades, sin dignidad, pero con su trasero en el “juste lieu”. Los empalagosos citadores del republicanismo trucho –no del verdadero, el de los fundadores de la teoría política– lo consideran una curiosidad, como quien mira un grato desfile de la Reina de la Vendimia. Esta batalla la está también perdiendo el Gobierno. Y la sociedad, aunque ella no se dé cuenta.

Se recordará esta época como la de los petimetres que ponen en vilo a un gobierno haciendo declaraciones en la puerta de sus petithotels del Bajo Belgrano. ¿Qué puede decirse? ¿Que en esa situación se debieron cuidar procedimientos? No cabe duda. Pero otra cosa es el infortunio de las instituciones, que por un espectacular equívoco se cree que son defendidas por estos personajes que conocen y usufructúan de las características de una sociedad con profundas corrientes refractarias al cambio, a la gran aventura libertaria del vivir y a la innovación política. Léase a la prensa hegemónica en su combate ciego: una palabrita suspicaz del FMI es recibida con regocijo por los adversarios del Gobierno, pero al otro día pasarán por “antiimperialistas” proclamando la protección de las reservas, a la tarde saludarán a algún enviado de Estados Unidos proclamando la cartilla “demigolpiste” de los académicos latinoamericanos reciclados en los partidos conservadores norteamericanos, a medianoche podrán sentirse “atropellados” con Redrado, alborozados con la jueza Sarmiento, anunciar a la siguiente mañana la suspensión de la ley de medios audiovisuales con vergonzosas coartadas de bufete, y al caer la noche del otro día promover una depuración robespierreana de la república, los “virtuosos” contra los “corruptos”, con un moralismo simplificador que no pocas veces fue el sustrato de dictaduras mesiánicas. Y a la hora del té podrán observar como togados imperturbables de alguna academia internacional que se está “sobreactuando” en la protesta por la explotación petrolífera en Malvinas. Y los fines de semana, los editoriales en comandita de los grandes medios, augurando “el fin del ciclo” o preguntándose con un halo de ingenuidad “¿cómo harán para mantener el poder en los dos años que faltan?”.

Todo está sujeto a escarnio en el país. Así no es posible restituir la pertinencia de la palabra pública en la nación, dicha como soporte invisible de su armazón moral. Acciones de progreso colectivo y social evidentes corren peligro ante un nuevo reaccionarismo que supo expropiar los estilos reivindicativos y militantes, anexándolos como “ala de los luchadores” en la procesión neoconservadora. No hay fórmulas probadas para desarmar este enorme equívoco detrás del que corre una parte sensible de la sociedad. Pero en algún momento podrán aparecer los equivalentes del “discurso de Agincourt”.

* Sociólogo, profesor de la UBA, director de la Biblioteca Nacional.

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20.2.10

Neo-neoliberalismo


Por Sandra Russo
Hay un neomenemismo que se resume y expresa vigorosamente en Ricardo Fort. Las barritas de cereales ahora vienen con un muñeco de carne y hueso que tiene jopo, mandíbula de superhéroe, tatuajes en los brazos y un grupo de gatos que él mismo se financia para vivir una vida divertidísima. Como dijo Alejandro Fantino, quién no quisiera tener una vida como la de Ricardo Fort.

Y es verdad que en esta sociedad palpita, como verificaron las elecciones del 28 de junio, una pulsión cuyo exponente masivo más claro y sublimadamente aplaudido es Ricardo Fort, aunque políticamente fue un candidato cuyo mayor acierto lingüístico fue “alica alicate” y el de su aliado, Mauricio Macri, que veta leyes al por mayor y ni se acuerda por qué lo hizo. Uno podría ponerse a enumerar la enorme cantidad de hombres y mujeres que rechazan visceralmente lo que Fort representa, desde la ostentación al más cerril individualismo, pero no puede menos que aceptar que esos sectores ahora conviven con otros, que son los que “lo hacen medir” a Fort. Ese es el parámetro, como corresponde a su esencia, de su importancia social: “mide” tanto que todos los programas no pueden dejar de invitarlo, y hasta el canal América pasa los domingos un especial de una hora en el que uno puede presenciar una visita completa de Fort a su traumatólogo de Miami.

Si cada época levanta y entierra valores, es evidente que lo colectivo perdió las elecciones de junio frente a lo individual. No me refiero exactamente a lo político, aunque lo incluye. Es lo filosófico de un tiempo. Cuando surgió el neoliberalismo, en la posguerra, fue durante muchos años una escuela con aires masones que se nucleaba en Suiza, en la estación de Mont Pelerin. Hemos tomado a Milton Fridman como su padre, pero era su tío. Fridman fue Premio Nobel de Economía en 1976. Dos años antes, el Premio Nobel había sido para el austríaco Friedrich Hayek, que fue el que puso la semilla. Leer a Hayek aterra. Para él la democracia no es una condición necesaria para la verdadera libertad que debe custodiar el Estado: la libertad de mercado. La escuela de Mont Pelerin estaba comprobándolo cuando sus popes fueron bendecidos por los Nobel: Chile, 1973. El globo de ensayo exitoso para implantar el neoliberalismo por la fuerza. Le siguió la Argentina, 1976.

Ahora nadie declara en la televisión defender los postulados neoliberales, pero toda la oposición de derecha lo único que defiende es eso. La demonización de los gobiernos progresistas en América latina es una reacción neoliberal. Chile vuelve a ser la punta de lanza de este neo-neoliberalismo. De Piñera dice Macri que “nos marca un camino”. Más claro no puede estar. Y el neoliberalismo no puede implantarse en democracia sin un correlato de valores. Lo de la república y la institucionalidad es pura retórica, equiparable a la cháchara antiestatal que precedió a las privatizaciones de los ’90. Con la complicidad perenne de los grandes medios, instalaron aquello de la “ineficacia” del Estado. Lo colectivo, lo cooperativo, lo mutuo, lo solidario fue un disvalor. El menemismo, que fue la forma que aquí tuvo el neoliberalismo, solamente pudo destrozar las redes sociales después de haber encolumnado a la opinión pública atrás de las palabras “modernización” y “ahorro”. Nunca quisieron decir más que ajustes salvajes y represión a los indisciplinados.

El mundo global sigue embrujado por el discurso único. El neoliberalismo estalló en 2008 en Estados Unidos, pero la crisis se mantuvo al amparo de los grandes medios mundiales. Afirma Pascual Serrano: “Actualmente, el 80 por ciento de las noticias que circulan por el mundo proceden de cuatro agencias internacionales: Associated Press, United Press International, Reuters y Agence France Presse. Esas agencias son las que establecen el orden del día”. A escala, los medios concentrados y la coyuntura política argentina se han encargado de que, por ejemplo, nadie pueda hilvanar con claridad lo que está sucediendo en Grecia con lo que se propone aquí cuando se discute el manejo de las reservas. Como el neo-neoliberalismo es todavía inconfesable, el motivo que se esgrime para obstruir el Fondo del Bicentenario es la desconfianza en el Poder Ejecutivo o en el kirchnerismo en general. Cuando la política se vuelve una cuestión de fe, estamos en problemas. La democracia no es una cuestión de fe. Es antes que nada un conjunto de reglas racional y colectivamente aceptadas.

Los ídolos mediáticos, sin trayectoria ni talentos, brillan y desaparecen. Yo no estaría tan segura de que Fort va a seguir ese camino. Más bien, creo que Fort no es un incidente aislado ni un famoso destina- do al olvido. Da la impresión de que Fort inaugura una época, marcada por una corriente social que agonizó pero que revivió al calor del microclima global y el microclima argentino.

Fort se ha declarado nostálgico del menemismo, y esa misma reivindicación puede tomarse como expresión de un neomenemismo. No es el Menem de ahora el que se reivindica, incluso poco tiene que ver con él. La nostalgia es por una época de impulso bestial de un modo de vida. La nostalgia es por la inmersión en una escala de valores que implica el menemismo, como válvula de escape autóctona del neoliberalismo. Se extraña la banalidad del mal.

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