29.12.13

Itálicas, por Giuseppe Ungaretti

“Las páginas aquí reunidas, en sus seis primeras partes, fueron escritas entre 1931 y 1934. Aparecieron entonces en la Gazzeta del Popolo, de Turín. La fecha de cada capítulo corresponde a la de la publicación en ese diario, pero se trata de páginas elaboradas sobre apuntes hechos durante esos viajes, de uno y, a veces, de dos meses antes…”, escribió Ungaretti en el prefacio de Il deserto e dopo, (1931-1946, Milano, Mondadori, 1961). Se trata de un excepcional diario de viaje y, al mismo tiempo, de un libro con páginas de excelente poesía diseminada en relatos, ensayos y estudios sobre el espíritu religioso y filosófico de varios pueblos. Pero tal vez los textos más intensos y entrañados sean los dedicados a su Alejandría natal, esa Alejandría espléndida y andrajosa, turbulenta y fatalista.(Traducción de Guillermo Fernández. Publicado en la revista Tierra Adentro, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, número 61, octubre de 1992)



Perfume de algas

Ahora sueño al percibir otra vez el perfume de las algas de este mar. Un perfume único en el mundo. Su frescura punzante aquí es enorme, como la náusea que la acompaña.



Alejandro Magno

“¿Por qué esos hombres escarban como hormigas bajo esa mezquita, en tumbas de santones y bajás en todas esas galerías?”
“Buscan la sema donde Alejandro Magno recibió su sepultura y honores como un dios”.
Quizá no regrese a la luz, en su féretro de cristal, el cuerpo embalsamado del venturoso monarca; pero esta ciudad que él erigió sobre la arena fue, durante nueve siglos, la caldera en que se consumieron y fundieron los sueños de Oriente y Occidente. El hecho de sacarla a la luz es algo que merece toda la veneración en siglos venideros.
Alejandro, lleno de ceñuda gracia sobre el ímpetu del caballo, como puede verse en antiguas figuras, de los veinte a los treinta y tres años de su rápida existencia, realizó prodigios, y siempre lo he admirado como el modelo de la juventud.
Nació cuando comenzaba a propagarse la idea de que ser griego no dependía de la sangre sino de la educación; cuando corría la voz de que digno de llamarse griego era quien, en virtud de sentirse tal, demostraba ser hombre verdadero al colocar su dignidad en la plenitud humana. Nació cuando surgía el helenismo, esa corriente de ideas que impelía al griego a sentir su misión no como algo municipal sino universal. El discípulo de Aristóteles también era fruto de una tierra a la antigua.
A Filipo, su padre –del cual fue heredero a los veinte años de edad-, debió el ordenamiento rural de la Macedonia, de la que fue rey, y la lúcida energía que impuso al comando en la guerra de los demás estados griegos, presa ya de las discordias civiles. Olimpia, su madre, era de sangre furibunda: portaba como collar una serpiente viva. Era natural que Alejandro no pudiese concebir la idea del helenismo, que también la animaba, sino mediante una fantasía homérica.
Basta echar una ojeada a un mapa para medir la vastedad de su aventura, la primera grande de Occidente. Empleando los nombres actuales, ésta incluía Egipto y Cirenaica; en Asia Menor, Siria, Palestina, Armenia, Kurdistán, Mesopotamia, Persia, Bujara, Afganistán y Beluchistán. Cruzó el Indo.
El imperio se desmembra al morir Alejandro; pero no cesa, en vastas zonas, el dominio helénico; y no cesa lo que habría de tener consecuencias memorables incluso en la India: la prosecución espiritual de la aventura. Se establece una prolongada convivencia de la civilización europea con varios mundos orientales, una lenta corrupción de pensamientos y de formas que renovaría el mundo.
Se ha dicho que Alejandría fue la caldera donde el complejo tormento antiguo alcanzó la solución. Y por muchas razones. En principio, me parece, porque Alejandría se convirtió en el puerto del mundo; por surgir más acá del umbral de Egipto, en cierto sentido, Alejandría no formaba parte de Egipto. Ciudad extranjera, distante del Nilo, Egipto es un oasis cerrado. La suya fue una civilización singular, que recibió de la naturaleza y pidió al arte todas las precauciones para permanecer impenetrable en torno de su río.

En defensa del espíritu griego

Bajo el dominio de Ptolomeo Sotero, el primero de los Lagidas, muerto Alejandro, el espíritu griego se instaló en Alejandría con todas sus armas. Un espíritu ya declinante, pero armado con todos los recursos a los cuales recurre el espíritu cuando el instinto va apagándose. Puede decirse aún más: que por primera vez en Alejandría se organiza un espíritu para no dejarse abatir por la pobreza de la sangre. Aquí se osó desafiar incluso el sentimiento religioso; aquí comenzó la práctica de la anatomía y las ciencias tuvieron su primer desarrollo positivo. Alejandría vio nacer el espíritu crítico. Fue la ciudad de los proto-profesores. Los astrónomos, los poetas, los gramáticos, los filósofos y los historiadores que en el Museo –“la jaula de las Musas”, como lo llamaban entonces con sarcasmo- hacían vida en común a expensas del monarca y constituyen la primera universidad profana de que se tenga memoria. Realizaron la primera edición rudita de las obras de Homero; recogieron sistemáticamente los textos de la literatura griega; compilaron en 120 libros el catálogo general de la biblioteca, dirigida por el poeta Calimaco, clasificando las 700 mil obras que contenía, por orden de género y, los muy modestos, por origen de mérito. El espíritu griego organizó bien su defensa.
Sin embargo, apenas treinta años después de la muerte de Alejandro, Teócrito, poeta de moda en la corte de Filadelfo, reduce el soplo dórico de su Siracusa en figuras frívolas y mordaces. Y la Sicilia de los bueyes del sol, de la feliz visión homérica, de la verdad natural después de los engaños de la naturaleza, es para Teócrito una cosa nostálgica, una Sicilia bucólica. El arte, en medio de tanta sintaxis y métrica, ¿es ya puro juego?
Euclides demuestra, en la escuela que formó al ser llamado por Sotero, que de la forma de las cosas ya sólo es posible recabar argumentos para fijar la ley de las relaciones. ¿Problemas y juegos de lógica? ¿La filosofía es solamente elocuencia de geómetras?

Júpiter burlón

Este espíritu precioso, elegante y cincelador, que se irrita de su ligereza y pedantería, de la brevedad de los mundos que, por su impaciencia, cambian cada cinco minutos y es árbitro del gusto en el mundo; por el corte de los vestidos, por ungüentos y juguetes; por la gulosidad y las agudezas del placer amoroso, las indagaciones intelectuales, las formas e la fantasía y las novedades; este espíritu tan apegado a la vida –y en todo Egipto surgen gimnasios y estadios para los griegos; hasta las mujeres tienen un cuerpo efébico, como podemos verlo en las figuritas de terracota del Museo Greco-Romano de este municipio-. Este espíritu no se halla lejos de entonar las alabanzas de la muerte.
El clero egipcio puede subordinarse a los Lagidas; los Lagidas se hacen consagrar como faraones y casarse, de acuerdo con la costumbre egipcia, con cercanos consanguíneos, para mantener la pureza de la casta. El pueblo egipcio se mantiene encerrado en sí mismo y se subleva cuando puede.
Los Lagidas pueden ir aún más lejos: inventan un dios para Egipto y lo instalan como jefe del panteón egipcio. Y el dios Serapis querrá parecerse al Osor-Apis, a la idea pura, colectiva, de los toros sagrados, de los Apis muertos en el reino de Osiris, el cual es la eternidad de la muerte. Oh, Serapis. En los museos lo vemos con una barba florecida, con labios carnosos que tanto saben y una frente que parece sabia y oculta en el infierno; es un Júpiter burlón, un hombre sensual, un loco de su tiempo. El nuevo ídolo representa a Dionisos, a la existencia apresurada, a Zeus omnipotente, pero también al Hades y a una especie de esculapio curador, fusión de vida y muerte con lo eterno, piadoso ante la enfermedad. Comienza a manifestarse la conversión de los griegos. Ya medita acerca de la muerte; la vida y la enfermedad se unen en su inquietud. Comienza a cantar la debilidad y la miseria de la vida quien antes la miraba en la fuerza y en la hermosura.

Muerte y eternidad

La leyenda reza que, antes de la fundación de Alejandría, ya existían Egipto, Moisés, los etruscos, Pitágoras y Platón. Es posible. Pero en los etruscos el sentimiento de la muerte se manifiesta con horror: desde el nacimiento anhelaban, con horrenda complacencia, la llegada de los gusanos. Distinto sentimiento encontramos en el puño cerrado, en la gravedad de la desnudez y en la actitud decidida a no ceder de los faraones. Es posible que la contemplación de los templos construidos minuciosamente para no acabar, que esa perfección y esa armonía definitivas hayan sugerido a los griegos la idea del número y la mística del número: la perfección conmovedora, la estética. Pero al labrar los planos de las piedras duras de sus desiertos, en un aprendizaje milenario, de padre a hijo, dedicados por generaciones al mismo arte hasta alcanzar un estilo preciso, respetuoso en milésimas de milímetro, que jamás volverá a alcanzarse, todo este esfuerzo de los egipcios tiene la intención de asegurar la eternidad de la tumba. Y también su nominalismo –que quizá impresionó a Platón y animó la metafísica griega-, al poner tanto cuidado en la resistencia de un nombre esculpido y en su evocadora duración entre los vivos, pone de manifiesto la muerte, el umbral de lo eterno. Con su nominalismo, ellos debieron pensar que una persona o una cosa encarna, materializa una idea eterna, es nombre particular, símbolo momentáneo de una idea eterna; y al hacer imperecedero este nombre particular, una persona o una cosa resultan eternamente vivas, evocables para siempre. Le dieron un inmenso valor a la potencia de la palabra, a la magia. Ahora bien, si los griegos obtuvieron perfección y armonía del número, fue para aprehender perfección y armonía en la existencia, no sin amargura para la juventud, momento que no dura. Tuvieron el sentimiento trágico de la vida, pero en el cuerpo vivo pusieron todo cuidado, todo temor de desmesura estival. Si el misterio es rozado en Platón y, por lo poco que sabemos, en Pitágoras, lo es para hacer más sereno y menos ilusorio nuestro paso en esta tierra, o para que las sensaciones resulten más intensas y resonantes en la contemplación.

El último paso hacia el cristianismo

En  fin, es posible que Moisés haya tenido en Egipto la intuición de una teología y de una moral. Ante la justicia, en el reino de la muerte; ante Osiris, Señor de la Muerte, el egipcio declara haberse abstenido siempre de cometer culpas semejantes a las que aparecen en el Decálogo. Por ende, la idea de codificar esas leyes de la conciencia es también una idea egipcia. Y Jehová se parece un poco a Osiris. Y es posible que la idea del Pueblo Elegido sea también una intuición tenida en Egipto. Pero el dios hebreo no es imaginable. Con su soplo tremendo arideció al hombre, por una culpa original que debe ser expiada. La expiación será la larga ausencia del Eterno, el Eterno inimaginable. Y cuando sea expiada, el Pueblo Elegido recuperará la felicidad y el Paraíso volverá a ser terrestre. El hebreo anhela la felicidad terrenal; el egipcio anhela la eternidad por medio de la tumba, y conoce sus figuras.
Los hebreos eran numerosos en Alejandría y ocupaba un vasto sector. Muchos de ellos ignoraban la lengua materna y sólo hablaban el griego. Setenta de ellos tradujeron la Biblia. Muchos de ellos eran doctores. Neoplatónicos muy sutiles. De las ocultas doctrinas del Nilo y el racional espíritu griego surgieron las sectas hebraicas que fueron el último paso hacia el cristianismo. Está por anunciarse el trascendente te ipsum. El hombre está a punto de superarse a sí mismo.
Como prefigurando el cristianismo, existía la figura de Osiris, que vivió y murió como mártir por causa de un hermano, que resucitó gracias a la piedad de la naturaleza misteriosa, la hermana y mujer Isis, innumerablemente velada. Pero resucitó en la Eternidad como Rey de la Muerte, de la vida verdadera, la eterna. Y de Isis tuvo un hijo, Horus, sol y halcón, el espíritu eterno.


3.10.13

Creer o reventar: poesía a dos voces

por Gerardo Burton



Dos voces, una voz, dos voces. Creer o reventar, un diálogo poético pop en el escenario de la religiosidad popular, donde pululan los santos que jamás llegan a los altares de la ortodoxia y por eso quedan, sobre todo, a los costados de las rutas poblados de exvotos.
Las botellas de la Difunta; los paños rojos del Gauchito, las canciones de Gilda y el desparpajo de estar en el margen, cultivarlo y no abandonarlo jamás. Así son los poemas que Ro Olivero y Carina Rita (Medina de apellido, casi un emblema de cumbia su nombre) profieren dos voces, con dos lenguas que horadan con palabras y cantos la normalidad y las convenciones.

En algunos casos, parece la cachada tanguera; en otros, la sorna del que calma su angustia con cerveza o en una hinchada futbolera, el uso irónico de lemas, consignas, símbolos, imágenes e íconos. Y siempre la salida luminosa que busca el giro certero. Tienen los poemas la amargura de lo que no se dará jamás, por mayor que sea la esperanza, pero también la firme convicción en la palabra. Por eso muchas veces los poemas rematan con esa manera directa de los adolescentes de encarar los problemas y sus propios dilemas. Saben que lo único seguro es que no hay finales felices, al menos no en la poesía. Pero los textos tienen un sabor, dejan un sabor. “Creer o reventar” es una manera de gozar de (con) la poesía.
Dos textos:
de culo al mundo
así vine
así me quedo
y así me iré

con esa foto de mi culo
sobre el cajón

lo único que por unanimidad
se ha elogiado de mi persona
digo



Poesía involuntaria Pop
Tengo un pin de la Difunta
una remera
me mandé a estampar un vestido
¿Volveré y seré remeras?

        capitalismo absurdo
        consumo desleal
                irrespetuoso

Creer o reventar, por Ro Olivero y Carina Rita, Bs.As., El suri porfiado, 2013.


27.9.13

El absurdo creador



Jean Cohen, teórico de la poesía, es autor de dos obras: Structure du langage poétique (Flammarion/Champs, 1966) y Le haut langage (Flammarion, 1979). El segundo se reeditó en José Corti en 1995, poco después de la muerte del autor. Este artículo apareció en Les Inrockuptibles (número 13) en ocasión de esa reedición.

por Michel Houellebecq


Structure du langage poétique (Estructura del lenguaje poético) cumple los criterios de seriedad de la Universidad; lo cual no tiene por qué ser forzosamente una crítica. Jean Cohen observa en su libro que la poesía se permite considerables desviaciones comparada con el lenguaje prosaico, ordinario, el que sirve para transmitir información. Emplea constantemente epítetos no pertinentes (“crepúsculos blancos”, Mallarmé; “negros perfumes”, Rimbaud). No se resiste al placer de lo obvio (“No lo desgarres con tus dos manos blancas”, Verlaine; el espíritu prosaico se ríe burlón: ¿acaso ella tenía tres?). No le asusta cierta inconsecuencia (“Ruth pensaba y Booz soñaba; la hierba era negra”, Hugo; dos notaciones yuxtapuestas, señala Cohen, cuya unidad lógica no se entiende demasiado bien). Se complace con deleite en la redundancia, proscrita en prosa con el nombre de repetición; un caso límite sería el poema de García Lorca Llanto por Ignacio Sánchez Mejías,, en el que las palabras “cinco de la tarde” aparecen treinta veces en los primeros cincuenta y dos versos. Para establecer su tesis, el autor lleva a cabo un análisis estadístico comparativo de textos poéticos y textos en prosa (para él, el colmo de prosaico –cosa muy significativa- son los escritos de los grandes científicos de finales del siglo XIX: Pasteur, Claude Bernard, Marcelin Berthelot). El mismo método le permite comprobar que la desviación poética es mucho mayor en los románticos que en los clásicos, y aumenta todavía más en los simbolistas. Uno, intuitivamente, ya se lo olía; no obstante, es agradable verlo demostrado con tal claridad. Cuando acaba el libro, uno está seguro de una cosa: el autor ha señalado ciertas desviaciones características de la poesía, sí; ¿pero a qué tienden todas esas desviaciones? ¿Cuál es su objetivo, si es que lo tienen?

Después de varias semanas de travesía, avisaron a Cristóbal Colón que la mitad de los víveres se habían terminado, y no había señales de que estuvieron acercándose a tierra. En ese preciso momento, su aventura se convierte en algo heroico: en el momento en que decide continuar hacia el oeste sabiendo que ya no hay posibilidad humana de retorno. Ya en la introducción de Haut langage (Lengua alta), Jean Cohen señala sus cartas: va a apartarse de la mayoría de las teorías existentes sobre la naturaleza de la poesía. Lo que hace la poesía, nos dice, no es añadir cierta música a la prosa (como se creyó durante mucho tiempo en la época en que todos los poemas tenían que ser en verso); tampoco es añadir un significado subyacente al significado explícito (interpretación marxista, freudiana, etc.). Ni siquiera es la multiplicación de significados secretos, ocultos bajo el primer significado (teoría polisémica). En resumen, la poesía no es la prosa más otra cosa: n es algo más que la prosa, es otra. Structure du langage poétique termina con un atestado: la poesía se desvía del lenguaje corriente, y se desvía cada vez más. Una teoría nos viene naturalmente a la cabeza: el objetivo de la poesía es establecer una desviación máxima, quebrar, deconstruir todos los códigos de comunicación existentes. Jean Cohen rechaza también esta teoría; todo lenguaje, afirma, asume una función de intersubjetividad, y el lenguaje poético no escapa a esta regla: la poesía habla del mundo de otra manera, pero no cabe duda de que habla del mundo tal y como los hombres lo perciben. Y, exactamente en este punto, Cohen decide correr un riesgo considerable: porque si las estrategias de desviación de la poesía no son un objetivo en sí mismas, si es verdad que la poesía es más que una búsqueda o un juego de lenguaje, si es cierto que intenta instituir una palabra distinta sobre la misma realidad, es que nos enfrentamos a dos visiones, irreductibles, del mundo.
La marquesa salió a las cinco y diecisiete; podría haber salido a las seis treinta y dos; podría haber sido duquesa, y haber salido a la misma hora. La molécula de agua se compone de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. El volumen de las transacciones financieras ha aumentado notablemente en 1995. Para librarse de la atracción terrestre, un cohete debe desplegar durante el despegue una energía directamente proporcional a su masa. El lenguaje prosaico organiza reflexiones, argumentos, hechos; en el fondo, organiza sobre todo hechos. Acontecimientos arbitrarios, pero descritos con enorme precisión, se entrecruzan en un espacio y un tiempo neutros. Cualquier aspecto cualitativo o emotivo desaparece de nuestra visión del mundo. Es la perfecta realización de la sentencia de Demócrito: “Lo dulce y lo amargo, lo frío y lo caliente, el color, no son más que opinión; la única verdad son los átomos y el vacío”. Texto de una belleza auténtica pero restringida, que recuerda inevitablemente la famosa “escritura Minuit”, cuya influencia se deja notar desde hace sus buenos cuarenta años, precisamente porque corresponde a una metafísica democritana que sigue siendo mayoritaria; tan mayoritaria que a veces se confunde con el programa científico en general, cuando lo cierto es que éste sólo firmó con ella un pacto circunstancial –aunque el pacto haya durado varios siglos- para luchar contra el pensamiento religioso.
“Cuando el cielo bajo y bochornoso pesa como una tapadera…” Este verso terriblemente cargado, como tantos versos de Baudelaire, intenta algo muy distinto a transmitir información. No sólo el cielo, sino el mundo entero, el ser de aquel que habla, el alma de aquel que escucha se impregnan de angustia y de opresión. Aparece la poesía; el significado práctico invade el mundo.
Según Jean Cohen, el objetivo de la poesía es generar un discurso fundamentalmente a-lógico, donde se suspenda cualquier posibilidad de negación. Para el lenguaje informativo, lo que es podría no ser, o ser de otro modo, en otro poéticas tiempo o lugar. Al contrario, las desviaciones poéticas intentan crear un “efecto de ilimitado donde el ámbito de la afirmación se apodere de todo el mundo y deje subsistir la excepción de la contradicción. Esto aproxima el poema a las manifestaciones primitivas como el lamento o el grito. Cierto que el registro es muy amplio; pero, en el fondo, las palabras y el grito son de la misma naturaleza. En la poesía las palabras vibran, recuperan su vibración original; pero no se trata de una vibración exclusivamente musical. A través de las palabras, la realidad que éstas designan recupera su poder de horror o de fascinación, su pathos original. El azur es una experiencia inmediata. De igual modo, cuando cae la luz del día, cuando los objetos pierden sus colores y sus contornos y se funden lentamente en un gris que poco a poco se vuelve más oscuro, el hombre se siente solo en el mundo. Esto es verdad desde sus primeros días sobre la tierra, desde antes de que fuera hombre; es mucho más antiguo que el lenguaje. La poesía intenta recuperar estas percepciones inquietantes; por supuesto, emplea el lenguaje, el “significante”; pero considera que el lenguaje sólo es un medio. Una teoría que Jean Cohen resume en esta frase: “La poesía es el canto del significado”.
Resulta entonces comprensible que llegue a desarrollar otra tesis: ciertos modos de percepción del mundo son poéticos en sí mismo. Todo lo que contribuye a disolver los límites, a hacer del mundo un conjunto homogéneo y mal diferenciado, está impregnado de fuerza poética (es el caso de la bruma, o del crepúsculo). Ciertos objetos tienen un impacto poético, no en tanto que objetos sino porque al agrietar mediante su mera presencia la delimitación del espacio y del tiempo, inducen un estado psicológico especial (y hay que reconocer que sus análisis sobre el océano, la ruina o el navío son perturbadores). La poesía no es solamente otro lenguaje; es otra mirada. Una manera de ver el mundo, todos los objetos del mundo (tanto las autopistas como las serpientes, las flores o los aparcamientos). En esta fase del libro, la poética de Jean Cohen ya no tiene nada que ver con la lingüística; se relaciona directamente con la filosofía. (Nota del bloguero: disolución de bordes y contornos/no hay fronteras, no hay límites: ápeiron).
Toda percepción se organiza sobre una doble diferencia: entre el objeto y el sujeto, entre el objeto y el mundo. La nitidez con la que uno se enfrenta a estas distinciones tiene profundas implicaciones filosóficas, y no es arbitrario distribuir las metafísicas existentes a lo largo de esos dos ejes. Según Jean Cohen, la poesía opera  una disolución general de las referencias: objeto, sujeto y mundo se confunden en una misma atmósfera patética y lírica. Al contrario, la metafísica de Demócrito lleva esas dos distinciones a su máxima claridad (una claridad cegadora, la del sol sobre unas piedras blancas un mediodía de agosto: “No hay nada más que átomos y vacío”).
En principio, la causa parece concluyente, y la poesía condenada como residuo simpático de una mentalidad prelógica, la del hombre primitivo o la del niño. El problema es que la metafísica de Demócrito es falsa. Precisemos: ya no es compatible con los datos de la física del siglo XX. En efecto, la mecánica cuántica invalida cualquier posibilidad de metafísica materialista, y conduce a revisar de arriba abajo las distinciones entre el objeto, el sujeto y el mundo.
En 1927, Niels Böhr propone lo que se ha dado en llamar “la interpretación de Copenhague”. Producto de un compromiso laborioso y a veces trágico, la interpretación de Copenhague hace hincapié en los instrumentos, los procedimientos de medida. Otorgando pleno sentido al principio de incertidumbre de Heisenberg, establece nuevas bases para el acto de conocimiento: el hecho de que sea imposible medir simultáneamente todos los parámetros de un sistema físico con precisión, no sólo se debe a que éstos se vean “afectados por la medida” sino, sobre todo, a que no existen independientemente de ella. Por lo tan, hablar de su estado anterior no tiene ningún sentido. La interpretación de Copenhague libera el acto científico al hacer que la pareja observador-observado ocupe el lugar de un hipotético mundo real; permite volver a fundar la ciencia en general como medio de comunicación entre los hombres sobre la base de “lo que hemos observado, lo que hemos aprendido”, para usar las palabras de Böhr.
En conjunto, los físicos de este siglo han seguido siendo fieles a la interpretación de Copenhague; lo cual no es una posición muy cómoda. Desde luego, en la práctica cotidiana de la investigación, la mejor manera de progresar es atenerse a  un enfoque positivista duro, que puede resumirse así: “Nos conformamos con reunir observaciones, observaciones humanas, y con ponerlas en correlación mediante leyes. La idea de realidad no es científica y no nos interesa”. A pesar de todo, a veces debe de resultar desagradable darse cuenta de que no hay modo de formular con un lenguaje claro la teoría que uno está elaborando.
En este punto, vemos esbozarse extrañas comparaciones. Hace mucho tiempo que me sorprendió darme cuenta de que los teóricos de la física, cuando se alejan de las descomposiciones espectrales, los espacios de Hilbert, los operadores de Hermite, etc., en los que se basan sus publicaciones, rinden un insistente homenaje –cada vez que les preguntan- al lenguaje poético. No a la novela policíaca, ni a la música serial: no, lo que les interesa y les perturba es, concretamente, la poesía. Antes de leer a Jean Cohen, no conseguía entender por qué; al descubrir su poética, fui consciente de que algo estaba ocurriendo, sin lugar a dudas; y que ese algo estaba relacionado con las proposiciones de Niels Böhr.
En la atmósfera de catástrofe conceptual provocada por los primeros descubrimientos cuánticos, llegó a sugerirse que sería oportuno crear un nuevo lenguaje, una nueva lógica o ambas cosas. Es evidente que el lenguaje y la lógica antiguos se prestaban mal a la representación del universo cuántico. Sin embargo, Böhr era reticente. La poesía, subrayaba, prueba que la utilización sutil y parcialmente contradictoria del lenguaje corriente permite superar sus limitaciones. El principio de complementariedad planteado por Böhr es una especie de gestión sutil de la contradicción: se introducen simultáneamente puntos de vista complementarios sobre el mundo; cada uno, por separado, puede ser expresado sin ambigüedad y en lenguaje claro; cada uno, por separado, es falso. Su presencia conjunta crea una situación nueva, incómoda para la razón; pero lo podemos acceder a una representación correcta del mundo a través de ese malestar conceptual. A su vez, Jean Cohen afirma que el empleo absurdo que la poesía hace del lenguaje no es un fin en sí mismo. La poesía rompe la cadena causal y juega constantemente con la potencia explosiva del absurdo; pero no es el absurdo. Se trata del absurdo creador, creador de un sentido diferente, extraño pero inmediato, ilimitado, emocional.


15.8.13

Daniel Giribaldi: dos sonetos


Uno de los principales poetas lunfardos

EL VELORIO

Me moriré en París o en el carajo
un día jueves o, si no, un domingo
en un bulín que está, si no le chingo,
cerca del Rin, el Paraná o el Tajo.

Espicharé a la gurda y no me rajo:
quizás tendré una cacharpaya en gringo
y allí el Jorge, y el John, el Paul y el Ringo
tocarán... si andan flojos de trabajo.

Será un velorio piola; tendrá gancho...
Alguien dirá: “fue un punto divertido”.
Alguien, también, me llorará a lo chancho.

Y Alguien, que llegará sin hacer ruido,
silenciará a los Beatles, lo más pancho.
Y yo me iré con él. Con el Olvido.

(De “Bien debute y a la gurda”)

EL LLAMADO

Hacía ganas de morir. Llovía.
No había dónde ir. Daba pavura
la noche afuera. Y en el alma oscura,
la lluvia que caía y que caía.

Un fanfa batiría: “la hice mía”.
Pero no. Me mojé con tu ternura.
Cebaste mate. En la catrera dura
Me ayudaste a llegar al otro día.

¿Hoy? Quizás el balurdo ya no funque.
Tal vez tus mates con tu yerba cebe
un dorima tarúpido y cualunque.

Pero hace ganas de morir y llueve
y quiero estar con vos. Mi telefunque
es tres siete, dos siete, siete nueve.


Daniel Giribaldi nació en Buenos Aires en 1930, y murió en 1984 en esa misma ciudad. Su nombre verdadero era Diógenes Jacinto Giribaldi.
Dijo de él el poeta Antonio Requeni: “Algunas noches, poco antes de las 12, sonaba el teléfono del escritorio que yo compartía con Calvetti y, uno u otro, oía la voz de Daniel Giribaldi que, parafraseando el verso de Rubén Darío, exclamaba: «¡Torres de Dios, poetas!»
Giribaldi era periodista del diario Crónica y autor de magníficos sonetos lunfardescos. Cuando nos llamaba a esa hora era para darnos cita, un rato más tarde, en un bar infecto-contagioso de la Avenida de Mayo, junto al restaurante Pedemonte. Más de una vez nos encontramos allí, al terminar nuestros respectivos trabajos. Giribaldi, Calvetti y yo, juntos con otros dos periodistas de La Prensa: José Luis Macaggi, autor de un Diccionario Gardeliano, y Hernán Giménez Zapiola.

Nos servían sendos vasos de vino y unos platitos con porciones de tortilla o fiambre. Yo, el más virtuoso, tomaba solamente el vaso de vino, o medio y, al rato, me despedía para regresar a casa mientras los compañeros seguían “hasta altas copas de la madrugada”.

En su vida exterior, Giribaldi jugaba a parecerse a lo que en porteño llamamos un “reo”. Tal vez lo fuera de verdad. Recuerdo una medianoche de invierno en que la niebla invadía una Avenida de Mayo despoblada y fría, casi fantasmal. Caminábamos con nuestro amigo en dirección al bar cuando una prostituta, desde la vereda de enfrente, lo saludó con el brazo levantado: «¡Chau Giribaldi!»

Giribaldi murió a los 54 años y, como correspondía en él, de una cirrosis hepática. Como poeta, encontró en el lunfardo la mejor manera de expresar su talento. Un lunfardo a ratos metafísico, con el que acertó a transmitir no sólo una visión entre crítica y humorística de la idiosincrasia y las costumbres del hombre de Buenos Aires, sino sus propias preocupaciones existenciales y hasta sus inquietudes religiosas.

Hombre de extensa cultura, gran lector de Quevedo y traductor de Baudelaire (él lo llamaba Carlitos Baudelaire), vivió para la noche, las copas y los amigos y, para servir a la poesía, esa diosa cuyo resplandor también alumbra la noche de los bodegones.

25.7.13

De “Esas ramas altas”, de Jorge Isaías

Tres poemas elegidos al azar de este volumen editado por Ciudad Gótica en Rosario, en abril de 2013. Son textos cargados de lirismo y melancolía, que convocan a la introspección, a la meditación. Isaías demuestra que la contemplación no es patrimonio exclusivo de monjes o practicantes del budismo zen. Al final, una crítica de Ana Bugiolacchio.


XXII

En el ocaso
fue la sangre
del sol
entre las altas
llamaradas
de los pinos.
o el cobre
de los fresnos
en la quietud
de un abril
lejano
que abrió
como una llave
aquella luz
para siempre
recordada.




XXIV

Ahora que se fue
la miel de abril
al cielo azul
la nube
navegando
un aire diáfano
ahora que se fue
(yo creo para siempre)
la mariposa blanca
de diciembre
y aquel muchacho
vio cómo
el peine
se fue quedando
con todos sus cabellos
los amigos
se fueron yendo
espaciando sus visitas
y se quedó
solo
con su llanto
con sus libros
con ese porvenir
cada vez más módico
entrelazando
una memoria
algún recuerdo
es decir
casi nada
de sus sueños.


XXXII

Adónde llegará
el Otoño este año
con su carrera
matadora de hojas
pintando filamentos
sepias, rojizos, cobres
junto a la quietud del tordo
que con sus alas negras
sostiene la noche.
Al Otoño lo suspende
el hornero
con su piquito gris.



Cuando el recuerdo se hace pan entre el fuego y la lluvia. Reseña de los últimos poemarios de Jorge Isaías.


por Ana Bugiolacchio

En estos últimos dos años Jorge Isaías ha dado rienda suelta a su febril tarea poética y nos ha regalado cuatro libros de poemas esenciales y urgentes. Ellos son  “La Memoria más Antigua”, “El pan en llamas”, “Lluvia de marzo” y “Esas ramas altas”.
 “La memoria más antigua”   fue publicada por primera vez  en  1982 por Ediciones Trovador y reeditada  en 2011 por  Editorial Ciudad Gótica,  conservando el  minucioso Prólogo original de Angélica Gorodischer.
Dos son aquí los capítulos en los que el autor agrupa sus piezas poéticas: Deudas y Paisaje, y tal vez en esta somera catalogación se encierre la respuesta tan anhelada por el  poeta al escribir y recordar.
El paisaje es la propia manera de ver la vida, un paisaje que se vuelve a recorrer insistentemente buscando en él  seres y territorios perdidos, que, al tiempo que se recuperan,  se diluyen de manera veloz  y huidiza, tomando el color de la hora del día o de la estación del año en que la letra roza el papel.
 La escritura poética  -veloz y rasgada-  de Isaías revela  también en sus trazos esa misma búsqueda asombrada y perpleja que se vislumbra en  los ojos al recordar, entornándose un poco a veces  y encandilándose  otras. Los rostros y voces regresan con la luz mortecina y traen risas y recuerdos minúsculos que  tienen siempre el permiso de aparecer.
 Jorge Isaías dijo alguna vez que él escribe no para los que no quisieron hablar sino para los que no pudieron. El silencio, la vergüenza y el olvido  privan al hombre de la poesía y dejan al paisaje absolutamente solo.  “La memoria más antigua” lucha contra esa soledad e ingresa de modo susurrante como canción infantil o como una  especie de acertijo del mundo antes del mundo, del mundo puramente feliz,  donde no hubiera  lugar para la “intemperie” del olvido.
El “El Pan en Llamas”  se trata de una antología bellamente prologada  y seleccionada por Graciela Krapacher.  Los poemas  de Isaías aquí recogidos  provienen no sólo de textos clásicos como lo son Crónica Gringa, El Fabulador y otras Sepias o Poemas a Silbo y navajazo  sino también de antologías perdidas u olvidadas que la compiladora rescató “sin tener en cuenta las limitaciones cronológicas” y “bajo una especie de borradura demarcatoria” simplemente siguiendo el camino errático de “la desocultación de lo valioso”. Como en un rito chamánico, los grandes temas arden en esa gran hoguera:  el viaje, el sexo,  la pérdida de los orígenes, la transformación y el amor.
El tercer poemario, “Lluvia de Marzo”   nos regresa al mes propicio a las lluvias, mes en que las flores se aletargan y las hojas se preparan para regar los caminos. Jorge Isaías, como siempre en otoño, no deja pasar el tiempo y puede escribir -en la suspensión de las gotas cayendo-  el exacto rememorar del sonido de la lluvia “sobre un techo de cinc paciente y entregado.”  Los poemas transmiten la fascinación ante la lluvia y la certeza de sabernos invadidos y resguardados en ese previsible acontecer de agua que da comienzo a un nuevo ciclo.
Isaías logra en sus versos un doble movimiento que llega desde afuera hacia dentro y vuelve a llevarnos hacia la intemperie.  Funda así un tipo de percepción que es a la vez íntima y arquetípica. Los poemas son gotas, también, de un fluir perpetuo,, simple y a la vez hondo y desgarrado. La luz del escampe se avista a través de una pequeña ventana de la vieja casa de infancia -que es también nuestra casa- regada por todas las lluvias pero incorruptible como el árbol “donde mueren /los insectos/ y la última araña/ huye con su tela/ destruida/con su inevitable pena/sin saber/ qué hacer/en esta furia del cielo/hasta hace poco tan/ límpido y perfecto”.
 Por si la magia de estos tres poemarios fuera poca,  en abril de este año, Isaías publica una cuarta antología: “Esas ramas altas”  donde la geografía del árbol se nos ofrece para hospedarnos de la intemperie del olvido. Entre el intermitente canto de los pájaros y el aroma a resina, los versos se bifurcan como en un caleidoscopio donde las imágenes cambian a un tiempo de color y de formas. Al desdibujarse, producen símbolos superpuestos que pueden descifrarse de a uno o como totalidad siguiendo las reglas compositivas del deseo, la intuición  o el recuerdo.  A través de las ramas del árbol, percibimos el color rojo del fuego -que se enciende o se extingue-   entre los versos, mientras se está a punto de captar aquello que de inefable tiene la poesía. Una poesía que se percibe como profética, benéfica y  reveladora al mantener vivo el fuego minúsculo e inextinguible  que logra encender la memoria colectiva.
Todos podemos decidir tomar ese trozo de eternidad, devorarlo como un pan en llamas y  en esa comunión secreta,  nunca más volver a ser los mismos.
                                                                       

20.7.13

Alda Merini: Poemas







Su esperma bebido por mis labios
era la comunión con la tierra.
Bebía con mi magnífica
exaltación
mirando sus ojos negros
que huían como gacelas.
Y jamás una manta fue más cálida y lejana
y jamás fue más feroz
el placer dentro de la carne.
Nos partíamos en dos
como el timón de una nave
que se abría para un largo viaje.
Teníamos con nosotros los víveres
para muchos años todavía
y besos y esperanzas
y no creíamos más en Dios
porque éramos felices.




AHORA QUE VES A DIOS

Si tú callas
más allá del mar
si tú conoces
el ala del Ángel
si tú dejas la madre tierra
que te ha devastado tanto
ahora puedes decir
que está la tierra del pobre
la tierra del poeta
toda ensangrentada por la soledad
y ahora que ves a Dios
reconoces en ti mismo
la flor de su lengua.

EL BESO

Qué flor me nace sobre la boca
apenas me miras
y temes ser despedazado.
Inundaciones imprevistas
son tus ojos ardientes
pero la flor no quiere morir
se queda allí sin carne
a esperar la muerte.



Alda Merini, en traducción de Delfina Muschietti. “Soy una pequeña abeja furibunda. Me gusta cambiar de color. Me gusta cambiar de medida”. Alda Merini eligió estas palabras para abrir su página web. Nació en Milán en 1931, donde murió en 2009, a causa de un tumor óseo. Fumaba 70 u 80 cigarrillos al día, pero a sus 78 años sostenía que el tabaco le había alargado la vida. Siempre llevaba un collar de perlas, pero vivía y murió en la indigencia por elección personal.
Se la considera una de las voces más claras y profundas de la poesía italiana del siglo XX. Con lucidez extrema, Merini narró en sus poemas la experiencia de la locura (vivió casi 20 años en manicomios, de 1961 a 1978) y de la estrechez física y económica. “Me inquieto mucho cuando me atan al espacio”, escribió.
En 1953 publicó su primer libro, Presencia de Orfeo. Empezó a escribir siendo una niña, y uno de sus primeros poemas se lo dedicó al legendario banquero Enrico Cuccia. “Una vez me lo crucé por la calle y le dije: ‘Yo tengo hambre’. Él contestó: ‘Buena señal’. Y tiró derecho”.
“La poesía nace de un terreno de dulzura, de amor. Las verdades me vienen de los sueños, los muertos me visitan”, contaba.


Escribió también prosa y aforismos, y en 1996 fue propuesta para el Premio Nobel de Literatura por la Academia francesa. Su gran obra, La Terra Santa, le valió en 1993 el Premio Eugenio Montale. Otros de sus libros son Testamento, Vuoto d’amore, Ballate non pagate, Superba è la notte, L’anima innamorata, Corpo d’amore, La carne degli Angeli, Più bella della poesia è stata la mia vita o Clinica dell’abbandono.


4.4.13

Notas sobre poesía


por Gerardo Burton



Calímaco dice que hay tres notas para la creación poética: esfuerzo en la producción; delicadeza en la selección y brevedad en la concreción final. Agrego una cuarta: revelación, epifanía.

Decir mucho en pocas palabras, quizás una. El adjetivo, cuando no da vida, mata (Huidobro). Entonces, dos ejes principales: sustantivo y verbo. O sea: esencia y movimiento; sustancia y acto.

Desbrozar de a poco las imágenes, de manera que la voz sea clara y sugerente. Adjetivo: es un arma de doble filo.

Que la verdad aparezca naturalmente, ligada a lo dicho. Experiencia más que sentimiento.

Que la sonoridad venga luego. Evitar la verborragia para limpiar la mirada poética de apariencias. Crear en quien lee la conciencia de re-creador de la realidad. Asistir a los mundos nuevos con la serenidad y la pasión de un dios: el poeta como demiurgo. (Aclaración: Hoy, a más de veinticinco años de haber escrito estas notas, no estoy tan seguro de que sea así).

Valorar los silencios y espacios blancos tanto como los versos, sílabas y acentos. Dibujar el poema en la hoja en blanco.

Distribuir los sentidos y los oídos, llenar de voz los rincones y hacer surgir, casi de la nada, los objetos y los ideales.

Doble polo de paz y guerra: paz en lo escrito y guerra contra uno mismo y la materia. Entrar profundamente en lo polvoriento, lo usado, lo lleno de naturaleza.

Dominar el voluntarismo y el racionalismo. Primero vaya gloriosa la intuición, y luego el goce lúdico. Más adelante, el esfuerzo productivo y el principio de organización. Ojo: que el orden no aniquile la intuición. Que el espíritu no sea menos que la letra.



22.1.13

La poesía no es un adorno


(Fragmento de “Hölderlin y la esencia de la poesía”)
por Martin Heidegger

Lo que el hombre hace y persigue lo adquiere y merece por su propio esfuerzo. “Sin embargo –dice Hölderlin en duro contraste-, todo esto no toca la esencia de su morada en esta tierra, todo esto no llega a la razón de ser de la existencia humana”.
Ésta es “poética” en su fundamente. Pero nosotros entendemos ahora a la poesía como el nombrar que instaura los dioses y la esencia de las cosas. “Habitar poéticamente” significa estar en la presencia de los dioses y ser tocado por la esencia cercana de las cosas. Que la existencia es “poética” en su fundamente quiere decir, igualmente, que le estar instaurada (fundamentada) no es un mérito, sino una donación.
La poesía no es un adorno que acompaña la existencia humana, ni sólo una pasajera exaltación ni un acaloramiento y diversión. La poesía es el fundamento que soporta la historia, y por ello no es tampoco una manifestación de la cultura, y menos aún la mera “expresión” del “alma de la cultura”.
Que nuestra existencia sea en el fondo poética no puede, en fin, significar que sea propiamente sólo un juego inofensivo. Pero ¿no llama Hölderlin mismo a la poesía, en la primera palabra-guía citada, “la más inocente de las ocupaciones”? ¿Cómo se compagina esto con la esencia de la poesía que ahora explicamos? Con esto retrocedemos a la pregunta que de pronto habíamos puesto a un lado. Y al contestar esa pregunta tratemos a la vez de resumir ante la mirada interna la esencia de la poesía y del poeta.
El primer resultado fue que el reino de la acción de la poesía es el lenguaje. Por lo tanto, la esencia de la poesía debe ser concebida por la esencia del lenguaje. Pero en segundo lugar se puso en claro que la poesía, el nombrar que instaura el ser y la esencia de las cosas, no es un decir caprichoso, sino aquel por el que se hace público todo cuanto después hablamos y tratamos en el lenguaje cotidiano. Por lo tanto, la poesía no toma el lenguaje como un material ya existente, sino que la poesía misma hace posible el lenguaje. La poesía es el lenguaje primitivo de un pueblo histórico. Al contrario, entonces es preciso entender la esencia del lenguaje por la esencia de la poesía.
el fundamento de la existencia humana es el diálogo como el propio acontecer del lenguaje. Pero el lenguaje primitivo es la poesía como instauración del ser. Sin embargo, el lenguaje es 2el más peligroso de los bienes”. Entonces la poesía es la obra más peligrosa y a la vez “la más inocente de las ocupaciones”.
En efecto, cuando podamos concebir ambas determinaciones en un solo pensamiento, concebiremos la plena esencia de la poesía.
Pero entonces: ¿es la poesía la obra más peligrosa? En la carta a un amigo, antes de su partida para el último viaje a Francia, escribe Hölderlin: “¡Oh, amigo! El mundo está ante mí más claro que otra vez y más serio. Me gusta cómo va, me gusta, como cuando en verano el viejo padre sagrado, con mano tranquila, sacude la nube rojiza con relámpagos de bendición. Pues entre todo lo que puedo ver de Dios es esta señal la que se ha hecho predilecta. Antes saltaba de júbilo por una nueva verdad, una visión mejor de lo que está sobre nosotros y a nuestro alrededor; ahora temo que me suceda al final lo que al viejo Tántalo, que recibió de los dioses más de lo que podría digerir” (v. 321)
El poeta está expuesto a los relámpagos de Dios. De eso habla aquella poesía que nosotros reconocemos como la más pura poesía de la esencia de la poesía…


19.1.13

HIPÓTESIS: Mahmud Darwish

Segunda entrega del ciclo ideado y producido por Gerardo Burton y Guillermo Inda, que se emite por Radio Universidad Nacional del Comahue-CALF. Aquí, el poeta palestino Mahmud Darwish

hipótesis - mahmud darwish

17.1.13

Aquí, HIPÓTESIS, con Cesare Pavese

Ciclo 2011-2012 del micro de música y poesíaA emitido por Radio Universidad Nacional del Comahue-CALF, en Neuquén, producido por Gerardo Burton y Guillermo Inda
hipótesis