9.6.11

La nada y las cosas




Por Noé Jitrik

El inolvidable John Lennon escribió y cantó “Nothing is real”, una sentencia cuya profundidad y fuerza sugestiva, poética, no se le puede escapar a nadie, aunque se pueda percibir en ella un tenue dejo budista: se sabe de qué modo él y sus amigos fueron atraídos por esa lejana y serena filosofía. Pero eso no importa: importa más bien el alcance de esa frase: ¿acaso no hemos sentido todos, alguna vez, que eso que llamamos real estaba ausente o se nos perdía, que no perduraba, que el aire parecía llevárselo todo? En especial todas esas probables cosas que están como contenidas en el “nothing” que, por esa razón, no es “la nada” o una nada absoluta sino una expresión de lo inalcanzable de las cosas, nuestra impotencia.

Ese modo de decir tiene su historia; los estoicos griegos lo sospecharon y los idealistas creyeron encontrar la solución; el propio Mallarmé, que escribió un soneto, que se desdice a sí mismo dejó su soneto como un algo que no terminamos de entender. Incluso, Marshall Berman, parafraseando al mismo Marx, consumado filósofo de las cosas que perduran en la historia y en la sociedad, también lo dijo, “todo lo sólido se desvanece en el aire”, aunque con menos carga subjetiva y filosóficamente dolorida.

Volviendo a Lennon estado de ánimo se dirá, pero que es evidente que no todos los seres humanos comparten: algunos, muchos, no se dan cuenta de lo que encierra esa frase, viven en la ilusión convencidos de que lo que es es y lo que no es no es; otros combaten lo que eso podría querer decir expresándose, a sabiendas, mediante férreas sentencias marxistas, que sólo los filósofos idealistas, o Jorge Luis Borges, se animan a contradecir al costo de un inmediato vilipendio. Haciendo poco caso de los sentimientos que brotan de dicho idealismo, los marxistas de todo tipo proclamaron y proclaman, a voz en cuello, que lo único que existe es la realidad o sea que “todo” es real, aun lo mental, no ya las figuraciones del imaginario cuya realidad de cosa desborda su carácter específico: una pintura es un objeto a la vez perceptible e imaginario. Se supone que saben lo que es la realidad, además de percibir lo inmediato de las cosas que integran ese “todo” y de sentir su peso.

¿Cómo oponerse a ello? Pero, al mismo tiempo, ¿cómo renunciar a ese sentimiento de incertidumbre, de filtración o de pérdida que nos entristece y nos hace penetrar en una dimensión temblorosa, como si nos arrojáramos, sin saber nadar, en un profundo cenote pero que al mismo tiempo nos confiere el don de la transitoriedad, en suma, de percibir y sentir lo que se pierde?

Nadie ignora que la afirmación anti Lennon, pro-proto-filo-post marxista, es compartida, en un nivel superior –en el otro no hay problema, al pan pan y al vino vino– por todos los que intentan cauterizar las heridas que afligen al mundo, lo cual ha dado origen y sostén a políticas muy inmediatas y concretas: ningún político prosperaría si no se ocupara de las cosas concretas, diría alguno con toda convicción, si no se atribuyera comprenderlas y si por dudar de su existencia renunciara a hacer algo con ellas. No se podría, teniendo en cuenta el dolor que reina en el mundo y la necesidad de paliarlo, pensar de otro modo, aun no siendo secuaces de Lenin: Juan Domingo Perón, no precisamente uno de sus herederos, decía con duro e irrefutable acento: “la única verdad es la realidad”. “¿Qué es para usted la verdad, qué la realidad?” se le podría haber preguntado, pero eso parece tan obvio que casi es tonto decirlo. La realidad era lo que estaba enfrente, con una contundencia casi ofensiva: admitirlo desbarataba toda pregunta, todo cuestionamiento y si permitía actuar sobre ella entonces ahí estaba la verdad, no en las meras criaturas de la mente.

¿Qué valor, por lo tanto, tiene la frase de John Lennon? Se le podría decir que, en efecto, estamos de acuerdo, nada es real, pero la frase que dice que nada es real posee un nivel de realidad irrefutable, tanto que da lugar a una bella canción que todo el mundo entiende, como canción, no como un “es así” con el que es imposible manejarse. ¿Hay un antagonismo entre la poesía y las cosas? Más bien poesía y cosas circulan juntas como por un río subterráneo que las une y las hace indistintas, una y otra tienen la consistencia de los sueños.

Se puede, en consecuencia, negar o afirmar lo real, siempre quedará, como un “algo” sólido y que no se desvanece, la afirmación o la negación, las palabras que lo enuncian y que son, ellas, inmortales, las conozcamos o no. Para los idealistas tradicionales ser era ser percibido, o sea cuando hay una conciencia que las distingue y desaparecen cuando esa conciencia se eclipsa o se distrae pero, al mismo tiempo, esa conciencia no sólo precede a la percepción sino que es despertada, si está dormida, o creada, si no existe todavía, por algo que es exterior a ella.

Creo, a esta altura del razonamiento que la frase en cuestión es más una queja que otra cosa: la queja se produce porque las cosas reales nos son esquivas, porque las perdemos o porque no las hemos llegado a poseer. Queja amorosa, queja por el tiempo que se lo lleva todo, queja por la muerte que acecha o porque la poesía derrota a la muerte sólo en las palabras, no en el sujeto capaz de producirla. Quizás, inclusive, queja trivial porque todo eso que la motiva ya lo conocemos, está en nosotros desde que nacemos y en relación con todo. “¿Para quién te acicalas, vanidoso? Para la muerte”, pone en un epígrafe Arturo Cerretani en una de sus memorables novelas, como si nos quisiera recordar que un poeta llamado Francisco de Quevedo pasó toda su vida tratando de entender que la muerte no espera. Obviamente, no lo entendió, pero nos dejó una preciosa herencia: “serán ceniza mas tendrá sentido, polvo serán mas polvo enamorado”.

Mural de Chelo Candia en Allen, Río Negro


¡MEMORIA!": nuevo mural en la Galería a Cielo Abierto de Allen

Un nuevo mural integra la Galería a Cielo Abierto de la ciudad de Allen y refleja la esencia de este singular proyecto de arte urbano, ya que interpela al espectador con un mensaje concreto, que es también su título: "¡Memoria!".
Es el decimotercer mural realizado, pero el número 5 del recorrido; y se encuentra en Calle Dr. Velazco, entre Chaco y Juan B. Justo.

En la pintura aparecen algunos recuerdos que juegan justamente con la memoria del vecino espectador. Entre ellos, Don Bentata, en su librería, el placero Rapetti, las cuatro pérgolas de la plaza que ya no están, el primer colectivo Ko Ko, de 1941; y una imagen que refiere a la acción política y colectiva que derivó en el proceso de revocatoria del intendente de la ciudad en 1999.

El proyecto de arte urbano Allen, una Galería a Cielo Abierto es un regalo de la Municipalidad de Allen a sus vecinos en celebración del año del Centenario de la ciudad. Es llevado adelante por el artista plástico Chelo Candia, junto a María Langa, con el asesoramiento histórico del grupo de trabajo Proyecto Allen.

Los realizadores agradecen a la familia Tappatá, quién ofreció gentilmente su pared para realizar la obra; además de acompañar todo el proceso de pintado, ayudando con la provisión de corriente eléctrica y guardado de materiales.

"Allen, Una Galería a Cielo Abierto" es un proyecto de arte urbano único en la región que consiste en pintar 15 murales en el casco céntrico de nuestra ciudad, representando distintos momentos de la historia local. Las imágenes forman un recorrido artístico, turístico y educativo en el que la ciudad cuenta parte de su historia desde sus propias paredes. Una vez concluídas las pinturas, se editará un catálogo explicativo para ofrecer al espectador un recorrido guiado por la ciudad.

Este proyecto fue presentado por sus realizadores a distintas instituciones, en el marco del Centenario de la ciudad, para lograr su financiamiento. A mediados de 2009 fue declarado de interés social, cultural, turístico y educativo por la Legislatura de Río Negro y por el Concejo Deliberante local. En abril de 2010, y por decisión del intendente Graciano Bracalente, el proyecto "Allen, un Galería a Cielo Abierto" consigue finalmente el apoyo y financiamiento exclusivo de la Municipalidad.

Contacto: Chelo Candia 02941 432756 / 02941 15413054

chelocandia@hotmail.com

chelocandia.blogspot.com

11.3.11

A propósito de Varguitas


Consideraciones sobre la repercusión suscitada por la invitación a Mario Vargas Llosa a inaugurar la próxima Feria del Libro en Buenos Aires.

Gerardo Burton


La controversia generada por la invitación al escritor nacido peruano y nacionalizado español Mario Vargas Llosa a inaugurar la próxima edición de la Feria del Libro en Buenos Aires, un megaespacio de exhibición y venta de libros y objetos más o menos conexos, habilitó una discusión antes impensada por lo masivo sobre política cultural y negocio editorial.
El primer aspecto observado es que la elección recae en uno de los autores-éxito del conglomerado de editoriales extranjeras que, desde poco más de una década atrás, adquirió los principales sellos nacionales y concentra más del 80 por ciento del negocio en la actualidad. En ese lote no es menor la presencia del Grupo Prisa, propietario, además, del diario El País, notorio opositor a la política del gobierno de la Argentina. Esto dicho sin formular un juicio de valor sobre Vargas Llosa ni sobre su derecho a expresarse como se le antoje.
Pero en segundo plano aparece una discusión de fondo que tiene que ver con considerar al lenguaje como un recurso natural y como un medio de producción que contiene a la literatura pero la trasciende. El lenguaje abarca a todo lo que se hace con las palabras dichas, oídas, escritas, leídas, pensadas, recordadas, sentidas.
En palabras organizadas circula el idioma: a través de radios, diarios, televisión, revistas, libros, teléfonos, teléfonos celulares, la web, correos electrónicos, mensajes de texto. Los medios son incontables, siempre son más. El lenguaje atraviesa y es atravesado por toda la realidad: la política, la cultura, la sociedad, la economía. El lenguaje es un medio de producción sin opresores ni oprimidos, pero que expresa (y denuncia) quién es quién en este juego. Por lo tanto, se puede hablar también de resistencia cultural.
Porque se trata del castellano que se habla en este país, del castellano que se escribe (si se puede) y del que se utiliza (o utilizaba) para traducir idiomas extranjeros. También se trata de cómo y qué se escribe, esto es, si un texto (preferentemente en prosa) es reconociblemente escrito en la Argentina, en el Uruguay, en Chile, o da lo mismo que se escriba en París, Roma, Londres, Bombay, Buenos Aires o Madrid. Es decir, se trata de la forma de hablar, de la forma de escribir y de la forma de leer, y de cuál es el castellano que se utiliza como código, el de la ve corta o el de la uve, por ejemplo.
Para los autores y para los lectores no es menor este planteo. Entre los primeros, los hay al menos de dos clases: los narradores y los poetas. Estos cultivan un género que no ingresa ni siquiera en el horizonte lejano de los planes editoriales, a menos que se trate de algún monstruo sagrado. Sus obras circulan por autoedición, publicaciones que ellos mismos pagan o nadan en la web, en blogs y páginas más o menos diagramadas.
Pero en el caso de los narradores, la cuestión tiene connotaciones más económicas, por no decir de mercado. Hay formatos expresos o implícitos que las editoriales vía los suplementos literarios y culturales inoculan. Aunque no parezca deliberado, se impulsa la utilización de un castellano (le dicen español) neutro, carente de modismos y alejado de todo color local. Ese lenguaje es una caricatura del habla, de la misma manera que son caricaturas esos adolescentes globales uniformados con patinetas, gorras de beisbolista, camisetas multicolores y una jerigonza rapera de dibujo animado doblado al castellano.
Un poco más abajo hay otra pelea: la disputa por el idioma no es menor. No se está hablando aquí de bienes espirituales sino de productos industriales. Tan así es que la Real Academia Española decidió el año pasado uniformar la ortografía según la península ibérica y más, según el centro de España, Madrid y sus arrabales. A la manera de nuevas carabelas timoneadas por las fundaciones de las grandes empresas españolas (Telefónica, Repsol), los diccionarios, los fondos de las editoriales más importantes, los suplementos y revistas literarias y culturales, que trabajan como propaladores de esas compañías, y las instituciones de difusión del “español”, constituyen una nueva avanzada de adelantados sobre estas costas. Esta vez la depredación será con la lengua, que es designada casi universalmente como la única patria que queda a los pueblos, ahora que los territorios ya no definen la nación y las fronteras se diluyen.
Vale citar como ejemplo un artículo aparecido a finales de febrero en el suplemento económico del diario Clarín (I-Eco) titulado “Seseoso Rico, Seseoso Pobre: cuánto vale el idioma español”. Su autor, Sebastián Campanario, refiere una encuesta realizada por una investigación de la Universidad del Cema sobre el ingreso medio anual de los hispanohablantes.
Así, clasificando en diez regiones el mundo de gente que habla castellano (castellano peninsular, peninsular estándar, andaluz-canario, mexicano-centroamericano, caribeño, andino moderno, andino tradicional, chileno, rioplatense y paraguayo), pudo determinar que el ingreso anual promedio de toda la zona hispanoparlante es de 13.568 dólares. Este valor es un 153,26 por ciento superior en la zona del español peninsular estándar; y un 61,72 por ciento inferior en la zona del español paraguayo, que es la que tiene menor ingreso per cápita. Para quienes hablan la modalidad “rioplatense”, el ingreso es levemente superior al promedio: 14.702 dólares por año. Los que hablan con la zeta tienen un ingreso anual promedio de casi 34 mil dólares, que representa el 291 por ciento más que el promedio de los hablantes seseantes (los que pronuncian la zeta como ese). Esta curiosa distribución también refleja acaso las prioridades del mercado editorial en el momento de definir los lectores, y así se definen los rasgos de uniformidad de la escritura.
En España, hay grupos y fundaciones (Asociación del Progreso del Español como Recurso Económico, Eduespaña) que consideran que el idioma aporta el 15 por ciento del Producto Bruto Interno del reino. Existe, entonces, una mentalidad empresarial que abreva en el neoliberalismo pero que también pretende imponer con criterios neocoloniales su particular visión de la lengua en congresos, foros, academias y, sobre todo, mercados.

3.3.11

Carta de una víctima de la violencia machista

Pablo Iglesias es poeta y profesor de literatura. A continuación, el relato de lo ocurrido el 26 de febrero pasado en Cipolletti, Río Negro.

A todo el pensamiento fascista y machista en general


El sábado 26 de febrero de 2011 fue, en cuanto a mis circunstancias particulares, una jornada interesante. Tuve la oportunidad de visitar a un amigo que se encuentra en problemas existenciales, participé de un festival sobre arte y nuevas tendencias, donde me reencontré, luego de un intenso y hermoso verano, con amigxs, compañerxs y alumnxs, gente toda ésta a la que encontré muy bien y con la que compartí momentos agradables. Decidimos luego junto a una amiga festejar el hecho de que ella haya conseguido trabajo en lo que le gusta, tarea bastante ardua para los jóvenes de este país, y festejamos en la casa de una de sus amigas. Más tarde, nos dirijimos a un bar ubicado en la zona céntrica de la ciudad de Neuquén, donde un grupo de amigos tocaba con la banda que conforman, cuya música nos gusta mucho. Luego, de modo independiente, decidí asistir al boliche que en la zona del Alto Valle de Río Negro y Neuquén se autoproclama friendly gay, es decir, lugar donde es bienvenida la asistencia de personas cuya orientación sexual es la que algunos prefieren denominar gay, homosexual, travesti, bisexual, lesbiana, torta, puto, marica, chongo, chonga y toda una lista interminable de palabras como personas existan en el mundo entero; tono que adquiero ya que no entraré en discusiones acerca de etiquetas, por concebir que las sexualidades se viven múltiples, discusión que no hace a los fines de este escrito, aunque sí al trasfondo ideológico de los hechos que viví y a los cuales he de referirme en lo que sigue.

El boliche al que hago referencia contiene, en su interior, a una considerable porción de personas cuyas situaciones sexual, económica y social son heterogéneas. Al mismo tiempo, cuenta con personal de barra y de seguridad, además de personal dedicado a tareas de relaciones públicas, organización interna, animación de la fiesta, etc. Yo me encontraba este sábado en cuestión bastante contento y alegre de haber encontrado amigos y amigas con quienes bailar y disfrutar la noche, como suele hacerse en la clase de lugares destinados a estas cuestiones los sábados por la noche en casi todos los rincones del país, al menos en la mayor parte de los cuales tuve la oportunidad de conocer y frecuentar. En este preciso momento de euforia y alegría, el personal de seguridad a cargo de la entrada y salida al espacio, un hombre pelado y robusto, de piel trigueña, quien me había atendido de excelente manera al momento de mi ingreso al local, me traslada hacia la puerta y sin ningún motivo que me haya informado, y sin tener conocimiento yo de motivo alguno, sin encontrarle un por qué a toda esa situación, esta misma persona reduce mi cuerpo al suelo, trabándome el brazo, y comienza a repetir palabras cargadas de discriminación e intolerancia; fórmulas ritualizadas plenas de odio y resentimiento; mensajes que evidenciaban la homofobia por parte de esta persona. Palabras dignas de los número de humor que muestra Diego Capusotto por televisión, a través de su personaje ficticio llamado Micky Vainilla.

Inmediantamente comienza el espectáculo. Me encuentro consciente todavía, sabiendo que están queriendo hacer de mí algo que no soy; sabiendo que van a inventar después, que muchos se justificarán, que nadie sabrá comprender realmente el trasfondo de tales hechos que ocurren cotidianamente. Pido a la persona que me está agrediendo que no me quiebre el brazo, que me deje tranquilo; grito para que acuda gente. «¿Vos te hacés el vivito, no?», escuchaba. «Vos, que te hacés el vivito». No me hago. Estoy vivo y quiero seguir estándolo.

Luego, este personal de seguridad que acometió sobre mi persona, se comunicó con la policía de la provincia de Río Negro, —policías sí las hay– la cual arribó al lugar luego de aproximadamente veinte minutos. Me esposaron. Se generaron disturbios. El boliche cerró sus puertas. La gente miraba. Todos miraban. Todos pedían que me devolvieran mi libertad. Veía caras conocidas. Porque gritaba, me raspaban la cara contra las piedritas y la tierra de la calle que da a la entrada del boliche.

Flame es el nombre del lugar en cuestión, un boliche que se autoproclama friendly gay y se encuentra escondido tras otro boliche mucho más grande y fastuoso que no se autoproclama nada, pero donde asisten personas cuyo modo de vivir la sexualidad no se encuentra cuestionado, a vivir la tan pretendida normalidad. Interesante fachada. La fiesta transcurre allí dentro de manera glamorosa y alegre, donde travestis y locas de barrio, machos gays y adolescentes con ganas de ser mujer y otros que no, disfrutan y se realizan al menos una vez a la semana en su propia identidad. Pero la fiesta también ocurre como oculta. Hay una máscara muy grande, máscara que oculta que ahí dentro hay gente que mueve las fichas lo suficientemente rápido como para excluir a aquel cuya presencia prefiere evitar. Derecho de admisión, que le llaman, el cual rige la entrada y salida de todas las personas en la mayor parte de los bares, boliches, restaurantes y lugares destinados a las relaciones sociales en las ciudades de nuestro país. Derecho de admisión, sí. Pero también atribución ilegal, fascista y en este caso, homofóbica, de entregar a una persona que pagó su entrada y que estaba divirtiéndose directamente a la policía provincial, sin ninguna clase de motivos, y de que te duerman durante aproximadamente seis horas con un gas pimienta anestésico, y de que te caguen a patadas, y de que te basureen y de que ocurra toda una infinidad de cosas más que gracias al cielo a mí no me ocurrieron porque intenté mantenerme íntegro, aunque a duras penas, en medio de todo lo que estaba aconteciendo. Además soy y seguiré siendo consciente del paradigma ideológico que sostiene todas estas prácticas.

Soy Profesor, profesión ésta cuya representación social es altamente negativa. Pero soy profesor y educo en valores referentes a la libertad y a la autonomía. Educo y aprendo acerca del valor de la palabra y estudio permanentemente cuestiones referentes a diversidad de temáticas que son de mi interés, en las cuales pretendo seguir profundizando. Bailo, canto, escribo literatura y entreno mi cuerpo para expresarme como actor. Participo de talleres de teatro y uso mi cuerpo para decir cosas, no solamente en el entrenamiento teatral sino también cuando bailo en un boliche y en muchas oportunidades en las cuales deseo expresarme desde el cuerpo, como cuando hago el amor o cuando me encuentro alegre o deprimido.

El domingo 27 de febrero de 2011 amanecí dentro de un calabozo, viendo que toda la libertad que llevo dentro, libertad que han llevado dentro de sí tantos otros seres de este país y de este planeta, vi que toda esa libertad ahora estaba encerrada entre dos paredes que forman un pasillo, y entendí tanto.

La libertad está en la mente. De eso no hay duda. Pero acá te quitan la libertad espacial. Desde la pequeña abertura que tenía la puerta del sucio y oscuro calabozo, podía yo ver la ventana del décimo piso de un edificio, justo la ventana del departamento en el que conviven una pareja de amigos junto a su hijo, y entonces sabía que estaba dentro de la órbita de mi gente, de que dentro de todo, las cosas estarían bien. Y además, los policías habían dejado ingresar a un amigo que había ido a averiguar por mí, y que me había hablado en el momento en que yo me encontraba sin poder abrir los ojos debido a la picazón que me había generado la anestesia con la que me habían anestesiado. Estaba seguro de que afuera las cosas se estaban moviendo.



¿Qué es lo que molesta? ¿Por qué un montón de personas vivimos estas situaciones regularmente? No es la primera vez que me ocurre algo así y tampoco es la primera vez que ocurre un hecho de este tipo en esta clase de lugares y en este país. Y si escribo es porque estos hechos merecen, desde mi punto de vista, ser denunciados. Y también porque me gusta escribir. ¿Qué es lo que molesta? Y sobre todo ¿a quién le molesta? ¿Por qué esta persona que me atendió y me recibió de buenas maneras luego desplegó tal espectáculo de violencia y represión sin informarme motivo alguno y sin darme espacio para expresarme? Y todo esto con total rapidez, con total impunidad. No tuve conocimiento del automóvil donde me hicieron ingresar. No tuve conocimiento del lugar adonde fui a parar. Me durmieron durante un buen rato. Supe después que amigxs y compañerxs de militancia, conocidxs de la universidad y de diferentes ámbitos artísticos, habían tomado noticia de todo lo ocurrido y de mi paradero casi al instante, lo cual probablemente haya provocado que me den la libertad hacia aproximadamente la una de la tarde de ese mismo domingo 27 de febrero. Me dirigí al hospital esa mismísima tarde, donde denuncié, con golpes a la vista y con otros dolores que muchos nunca lograrán divisar, todo lo ocurrido. Luego descansé.

La denuncia la radiqué en la Fiscalía Nº 4 de la Cuarta Circunscripción Judicial de la ciudad de Cipolletti, provincia de Río Negro, a los 2 (dos) días del mes de Marzo de 2011. El Expediente es el Nº 272/11F4. La investigación estará a cargo del Agente Fiscal Dr. José A. Rodríguez Chazarreta. Hay fotos y hay testigos. Organizaciones sociales y de derechos humanos me acompañan y les agradezco, porque a muchxs de ellxs lxs conozco ya hace un buen tiempo. Pero es necesario denunciar que es de este modo como opera la desaparición de personas en democracia y en dictadura. Estas son las prácticas con las que han hecho desaparecer a aquellos por los que gritamos «¡presente ahora y siempre!» en las movilizaciones por las calles del Alto Valle y de Argentina.





Pablo Martín Iglesias

D.N.I. Nº 31.270.443

Racismo, Sociedad y Política en Argentina




Por Rubén Américo Liggera*
(para La Tecla Eñe)


Desde la invasión española en América el prejuicio racista tiene que ver con las relaciones de poder político y de control económico y social. Es decir que, desde el fondo mismo de la historia, en nuestra Argentina, hemos vivido períodos de violencia que fueron variando de forma y virulencia según las circunstancias.
Los hijos de la tierra fueron sometidos por la maquinaria bélica europea para efectivizar su insaciable rapiña en las minas de Potosí. Más al sur, la Ciudad de los Césares no fue más que un espejismo. Sin embargo, el criollo, descendiente de aquellos pueblos originarios hacia los días de la independencia no formaba parte de la gente “decente” o “vecinos” con capacidad de decisión. Pero como siempre el pueblo “quiere saber de qué se trata” se hizo presente en la plaza para presionar a los cabildantes.
Los esclavos traídos desde Africa por traficantes ingleses y portugueses hasta Colonia del Sacramento, a falta de explotaciones intensivas se transformaron por estas costas en diligentes sirvientes de la burguesía comercial rioplatense.
Indios, negros y criollos pobres en el Río de la Plata conformaron la escala social más baja de la sociedad. Y aunque la Asamblea del XIII había terminado con la esclavitud los afroamericanos continuaron siendo discriminados.
Políticamente, descendientes de estas clases sociales apoyaron luego la causa federal; ante participaron activamente en los ejércitos libertadores. Leales al “partido americano” vistieron la divisa punzó en las guerras civiles contra los representantes del “partido europeo”. La chusma iletrada, los gauchos, los indios, negros y mulatos advirtieron prontamente que Rosas y los caudillos provinciales eran los líderes populares que representaban sus intereses contra el centralismo porteño.
Desde 1820 a 1852 la taba cayó suerte y a veces culo para el paisanaje y sus conductores, pero el período rosista significó en los hechos el más alentador para las clases bajas. Civilización versus barbarie fue el denominador común de intensas y diversas maneras de enfrentamiento entre los defensores de un federalismo popular y un centralismo elitista.
Después de 1853, ya dictada la Constitución Nacional, las guerras intestinas continuarán hasta mucho después de la anexión de Buenos Aires a la Confederación Argentina. La llamada “organización nacional” se conquistará a sangre y fuego, total, para educados como Sarmiento la sangre de gaucho no valía un pito…
“Gobernar es poblar” fue el lema generacional imaginado por Alberdi. La inmigración europea, entonces, irá conformando en el imaginario argentino aquello que dice que “descendemos de los barcos”. Acerca de este mito nacional del “crisol de razas” resulta muy esclarecedora la investigación de Ezequiel Adamovsky en Historia de la Clase Media Argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003 (Bs. As., 2009)
Adamovsky habla de un “ciudadano ideal” en estos términos: ”Todos estos mensajes/ culturales, implícitos y explícitos/ (…)realizaron verdaderas ´operaciones de clasificación´ que apuntaban a crear o reforzar jerarquías sociales y contrarrestar los vínculos de solidaridad que se estaban creando entre gente de diferente condición y los sueños de una vida nueva que a menudo los acompañaban. Parte de estos mensajes involucraron la creación y difusión de una imagen del argentino ´ideal´, un modelo de lo que cada uno debía ser y cómo debía comportarse. El ciudadano ´correcto´ era el que dedicaba sus mayores esfuerzos a su bienestar material y al progreso de su familia”…Era el que accedía a determinado nivel de consumo, era capaz de comportarse como alguien “civilizado”, participaba en política correctamente. En esta sociedad machista (otra forma de discriminación agregamos nosotros) la mujer ocupaba en este ideal un lugar secundario ocupándose del hogar. Y concluye este pasaje: ”Así, se nos hizo visible en varias ocasiones, que la norma del argentino ´ideal´ estaba modelada a partir de las características de los grupos sociales de cierta posición y de piel blanca, contraponiéndose implícitamente con la de los trabajadores manuales, los más pobres, los incultos´, los menos ´decentes´ y los de tez morena”(…)”Y ya que la Argentina era un país de inmigración y de cultura europea, los argentinos de verdad tenían (N de la R: subrayado del autor) que ser blancos”(pp.86-87)
Adamovsky nos irá mostrando en esta obra esclarecedora cómo el sistema educativo implementado por la Generación del ´80 trató de domesticar a las masas populares; cómo los medios contribuyeron a la conformación de una imagen del “deber ser” social de nuestra “clase media” que –por diversas razones- al fin y al cabo no sería más que una “identidad subjetiva”, asegura.


La irrupción del peronismo a mediados del siglo pasado ciertamente significó una fenomenal ruptura del orden social establecido por las clases dominantes. La chusma, la negrada, los cabecitas, los “grasas”, las mujeres se hicieron ahora visibles y “naide es más que ninguno”. Imperdonable. Perón y Evita, íconos del proyecto nacional y popular encarnado por el justicialismo a mediados del siglo pasado serán estigmatizados de mil maneras por el poder, ahora seriamente amenazado.
“Algo había sido violado. ´La chusma´, dijo para tranquilizarse….´hay que aplastarlo, aplastarlo´, dijo para tranquilizarse. ´La fuerza pública´, dijo, ´tenemos toda la fuerza pública y el ejército´, dijo para tranquilizarse. Sintió que odiaba. Y de pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada. De nada”. Así culmina “Cabecita negra” (1961), ese cuento magistral de Germán Rozenmacher que mostró como ninguno qué significó para amplios sectores de clase media el ascenso de los trabajadores con el peronismo. Esa necesidad de diferenciarse de las masas populares más que nada por cierto nivel educativo, su origen europeo y el color de su piel. Porque desde el punto de vista económico no son más que “trabajadores de cuello blanco”, asalariados calificados, imitadores de hábitos y costumbres de las clases superiores. De allí esa compartida “identidad subjetiva” que mencionamos arriba citando la investigación de Adamovosky.
Y curiosamente, fue el peronismo quien permitió el ascenso social de estos grupos sociales aliados a los “demócratas” que luego retrotrajeron sus conquistas sociales a condiciones de décadas anteriores; pero además, en nombre de la “libertad” persiguieron, silenciaron, reprimieron y fusilaron a grandes mayorías del pueblo argentino. En fin, después de 1955 perdimos todos. Irremediablemente.
Pero no aprendimos de la experiencia histórica. Cada tanto reaparecen expresiones racistas y xenofóbicas.
La fiesta neoliberal de los ´90 produjo la más feroz recesión social de que se tenga memoria en Argentina. Miles y miles de excluidos y desocupados salieron a las calles para reclamar trabajo y dignidad. Organizaciones sociales y sindicales cortaron calles y rutas a lo largo y ancho del país. Los “piqueteros” son la cabal representación de una década de infamias y humillaciones para el pueblo trabajador. Hasta la clase media se sintió agredida al verse pauperizada y en vertiginoso descenso.
Hace pocos días-en un contexto muy diferente- los sucesos del Indoamericano y Albariños mostró hasta el paroxismo, debido a la multiplicación mediática, cuánto de discriminación y violencia anida en nuestra sociedad.
Leña, muerte a los villeros, que se vayan los perucas, bolitas y paragüas. Basta de mantener a esos vagos que no quieren trabajar, no fomentemos la vagancia. “¡Qué país generoso!”, le dice una mujer-maestra ella-a otra frunciendo la cara en la cola del cajero del banco. Compartían la fila con los negros, feos y sucios que esperaban cobrar la Asignación Universal. (Doy fe. Fui testigo involuntario esa violencia verbal, de ese acto despreciativo en boca de personas que para mejorar sus ingresos trabajan doble turno en las escuelas, según sus propios dichos y que no era mi intención escuchar)
“El desprecio por el cabecita negra, su rechazo por parte de la pequeña burguesía liberal y democrática, muestra hasta qué extremos el prejuicio impregna nuestras racionalizaciones. Reconocer en él, en el provinciano, al hijo del país, a una de nuestras partes, significa lisa y llanamente aceptar el viejo conflicto entre capital y provincia, entre unitarios y federales, entre ejército regular y montonera, entre gobierno patriarcal y gran puerto fenicio. Es algo que está más allá de las racionalizaciones del pequeño burgués, liberal y democrático, presionado por su realidad económica, por su desmesurado sueño de grandeza, por su deseo de ingresar, económica y espiritualmente, a la clase alta. Obsesionado por su status, por su apellido gringo, por su falta de tradición, se siente, en su rechazo al cabecita negra, aliado a los que mandan. Ellos y él, por fin, tienen algo en común. Sin embargo, esto no deja de ser una ilusión. Ser diferente, ser gente, ser bien, significa no tener nada en común con ese intruso, que nos recuerda un origen humilde, de trabajo, de pequeñas humillaciones cotidianas. En. esta fantasía, el pequeño burgués transfiere sus propias carencias al cabecita negra: el otro es el indolente, el ignorante, el poca cosa, el advenedizo. ´Ahora tendrán que trabajar´, dice en 1955, a la caída de Perón. ´Los negros volverán a la cocina´ hubiera dicho cien años antes, después de Caseros” (Ilustrativo y siempre vigente análisis de Pedro Orgambide, revista Extra, 1967)
Estas actitudes explican de alguna manera el apoyo que recibió el denominado ”campo” en su corcovo destituyente cuando el gobierno nacional osó meterle la mano en el bolsillo (el más sensible de los órganos del ser humano, claro)
Aceptémoslo. En Argentina existieron y existen actitudes racistas. Por acción u omisión. No importa. Pero vale la pena ponerlo en palabras. A modo de exorcismo o de reto intelectual.
Desde 2003 hasta ahora, impulsados por un modelo neodesarrollista con justicia social, se han vuelto a visibilizar los sumergidos de nuestra historia. Y eso otra vez molesta, genera rechazo, odio, resentimiento. Saca lo peor de nosotros. Se justifican ligeramente la represión y la violencia contra los negritos, los villeros, los inmigrantes, los homosexuales.
Pero el color de la piel, el género, la elección sexual, en última instancia esconden tensiones sociales que cuando encuentran situaciones favorables se patentizan. La política, no por casualidad, es el vehículo más apto para su injusta permanencia en el tiempo o su paulatina solución de acá en más.
Depende de qué partido tomemos.

* Poeta y periodista