17.1.09

De adjetivos, confusiones e imposturas

Daniel Guariglia se tomó el trabajo de leer con atención el artículo "Espejos rotos", publicado en este espacio hace un tiempo, y consecuencia de una reflexión sobre la cultura en Neuquén iniciada varios años atrás. Por cierto, no comparto varias afirmaciones de Guariglia (la no menos hiperbólica es la que me atribuye formación "británica") pero, nobleza obliga, el tiempo y el esfuerzo que le llevaron interpretarme y escribir a continuación sobre ello, lo hacen merecedor de esta publicación. Levanto el guante, pues...


"De adjetivos, confusiones e imposturas"

Por Daniel Guariglia

Cuando hace unos años leí en la revista cultural Ñ el artículo del periodista y poeta Gerardo Burton acerca de la situación de la cultura en Neuquén, me sentí molesto. Por distintas razones dejé pasar la polémica y pensé en conversarlo con el autor café de por medio. Pasaron los meses y una de las actividades organizadas por el Grupo de Artistas por Zanón –que integro- puso en el panel de debate al autor y a otro poeta, además de un actor, una artista plástica y un videasta.
Tanto el poeta Ricardo Costa, que basó su intervención en el artículo de Burton y en su propio libro (Un referente fundacional), como aquel, retomaron los conceptos del artículo mencionado, para referirse a la dinámica que ha tenido la lucha de los obreros de la cerámica Zanón en el contexto de la cultura de la provincia.
Pude intervenir en forma breve en el debate posterior, pero quedé aún más molesto que antes, ya que me pareció que la confusión aumentaba y que Burton huía del verdadero debate. Una respuesta a tales conceptos se hizo impostergable. El artículo acerca de los conceptos vertidos por Burton y Costa en relación a las características de la lucha de los obreros de Zanón será para más adelante.

Adjetivos y confusiones
Dice Burton en su artículo Espejos rotos (neuquénlog – 28-02-07) “Hay en Neuquén –y acaso en la región- una intensa producción cultural con una expresión plebeya y cimarrona que no responde a, y por el contrario, precisamente escapa de, los cánones y las ortodoxias y se precia de ser así. Esta cultura bizarra no es más que la expresión de una sociedad convertida en un caldero que produce formas alternativas a lo oficial, construye estructuras que transcurren por andariveles lejanos del poder establecido”.
Comencemos por los adjetivos, que he subrayado. Tal vez por provenir de Buenos Aires (en 1986), el autor no sabe todavía reconocer que una región de inmigrantes pobres y de indios corridos a los golpes y a los tiros, explotados todos ellos por estancieros y mercachifles devenidos en gobernantes y empresarios, no puede tener otra constitución social que de características plebeyas. Si, como poeta –no ya como periodista-, se detuviera a indagar en la historia social y política de esta provincia, raspando la cáscara de las apariencias, sabría que pocos aquí se han considerado aristócratas y que esta categoría social no existe en el imaginario colectivo, en nuestra subjetividad social. Tal vez se hayan considerado aristócratas locales algunos jueces de doble apellido, algunos descendientes de franceses o británicos; otro sector que adoptó el nacido y criado (NyC) para establecer ciertos privilegios fútiles y diferenciarse de los chatos de la zona, este último un término acuñado por oficialitos del Ejército Argentino inspirados en el racista Perito Moreno, para mofarse del carácter y la morfología de los lugareños indios y mestizos.
Muchos de nosotros, en particular los que preferimos nombrarnos como chatos de la zona, no ponemos ningún reparo a ser considerados plebeyos, que lo somos. Siempre y cuando ese adjetivo no tenga connotaciones despectivas como, tenía –y tiene- en las cortes europeas a pesar que nobleza y realeza sean artículos anacrónicos. Como lo tiene en ciertos estratos sociales de nuestra gran urbe argentina, donde lo plebeyo es, para un sector que se considera a sí mismo como aristocracia el “populacho”, aquello brutal, salvaje, inculto; en el presente, piquetero, cartonero, como hasta hace poco se resumía en el único término villero. Si somos plebeyos porque somos parte del pueblo, esa categoría elástica, engañosa y medio amorfa o maleable incluso, no hay problema. El problema ocurre porque Burton adjunta a (cultura) plebeya el adjetivo cimarrona. Para la Real Academia Española de la lengua, este adjetivo describe al salvaje (en segundas al caballo, en terceras al ganado sin dueño) y en nuestra pampa húmeda se adjudica también a los perros salvajes que, según el saber popular, suelen llegar a comerse entre ellos. ¿A qué imagen alude Burton con este adjetivo? ¿A la romántica imagen a la Jack London del potro salvaje de la películas de Hollywood, indomable, ansioso de libertad y bello por no tener dueño? ¿O simplemente a la del salvaje que es, incluso, capaz del canibalismo?
No quedan posibilidades de malentendidos cuando el autor de las definiciones sobre la cultura en Neuquén nos dice que ésta es bizarra. Allí, es obvio que no quiere decir gallardo, valiente, como dicen los diccionarios castellanos de tal adjetivo, sino que lo utiliza en la lamentable jerga actual, donde este término se asocia a lo que es raro o extravagante, incluso mal realizado, una derivación que parece provenir de una mala traducción del cómic inglés y que empezó extendiéndose al cine.
Reuniendo los tres adjetivos, es bastante claro que Burton piensa que los hacedores artísticos y culturales de Neuquén somos unos salvajes, medio caníbales y extravagantes con los cuales debe convivir, por razones de trabajo y residencia, por lo que no es capaz de usar los verdaderos términos de su pensamiento. Alguien podría decir que hay que leer el artículo completo para llegar a tal conclusión. Pues bien, ante de continuar con la florida prosa de Burton, digamos que en otro contexto podría sonar elogioso que se considere que escapamos -los artistas y hacedores culturales- a los cánones y las ortodoxias, algo que es una verdad a medias, ya que un artista conciente sabe que para superar el pasado es imprescindible conocer y comprender ciertos cánones y cierta ortodoxia. Punto que es para otra discusión y que menciono para destacar el verdadero contenido ofensivo del artículo en cuestión.
Continúa Burton: “Los artistas en sus distintas disciplinas –actores, plásticos, escritores, músicos- se autocalifican casi mayoritariamente como independientes porque su actividad, pretenden, no está sostenida por empresas ni por organismos públicos”. (Aquí los subrayados también son míos). Esta es una tabula rasa que, pretendiendo explicar algo sólo confunde y niega. Burton quiere dar una idea cerrada y oculta los procesos tras las cosas. ¿Hay una sola concepción de independencia entre los artistas de Neuquén? ¿Es un debate cerrado? Un grupo importante de los hacedores de nuestra provincia, hace ya muchos años llegó a la conclusión que el apoyo estatal y de las empresas privadas no atenta contra nuestra independencia creativa y de organización. Es imprescindible reclamar al estado un presupuesto acorde a las necesidades de la cultura y la producción artística local y luego dejar hacer a la sociedad civil. Más aún cuando la reciente reforma de la Constitución de la Provincia de Neuquén, en sus artículos respectivos (105,106 y 107) declara parte a los artistas y sus asociaciones en la elaboración y ejecución de las políticas públicas referidas al arte y la cultura, dándole rango jurídico. La intervención estatal es exigencia de los artistas independientes y no algo rechazado per se. Además, cualquiera puede comprobar que es habitual que producciones locales sean apoyadas por empresas privadas –en la mayoría de los casos pequeñas empresas y comercios-, con lo cual la totalidad de la proposición de Burton se desvanece.
En verdad, es posible sospechar que Burton se afana por esquivar el debate sobre el papel del Estado en la Cultura y sólo describe que hay una ausencia de políticas cuturales combinada con un fenómeno de mercado y una confusión acerca del lugar que toca a cada uno. Al afirmar que los hacedores no queremos la ayuda del Estado y las empresas, sugiere que, somos nosotros los que forjamos por oposición simple la ausencia material de ese apoyo. O sea, además de brutos y salvajes, somos necios. Claro, sus amigos funcionarios que dilapidan el poco dinero que se destina a la cultura y a la promoción artística en una política elitista, monumentalista y de importación de supuesta calidad, ignorando a los creadores locales, le estarán palmeando la espalda. ¡Claro que el Estado no sostiene la cultura! Pero no es por eso que nos decimos independientes.
Vale aclarar que cuando reclamamos la intervención del Estado es para que éste disponga de un presupuesto acorde a lo establecido por los distintos actores de la sociedad civil. El presupuesto no es sólo dinero y recursos, sino también una cantidad de tácticas y proyectos que potencien –y no mengüen- las posibilidades del hacer y el pensar. Una vez aportado lo que corresponde, el Estado debe retirarse y dejar hacer a la sociedad civil, que será la encargada de reafirmar los aciertos y reorientar los aspectos erróneos. ¿Quién puede negar que todo sería mejor aprovechado y que los resultados podrían ser efectivos, eficientes y, a mediano plazo, de una calidad superior? En fin, es posible que Burton, con sus “espejos rotos” nos esté diciendo que no tenemos donde mirarnos, ni donde reflejarnos; somos unos atrasados que necesitamos de periodistas porteños con una mirada británica que nos digan cómo somos y qué debemos hacer.

Imposturas
Aunque sabe muy bien cuáles son los debates y diferencias que existen entre los artistas independientes, es llamativa la habilidad que tiene este hombre para evitar una postura crítica. Aparenta describir una realidad anómala con adjetivos grandilocuentes y no profundiza en nada. Léase el siguiente párrafo: “En la municipalidad, donde se produjo la inédita continuidad de un plan que incentiva las artes plásticas merced a la construcción del Museo de Bellas Artes y la incorporación de parte del patrimonio de la institución madre, subsiste la incógnita respecto del futuro. Es decir, si un intendente de otro signo considerará que el museo constituye una política de Estado o es nada más que un capricho transformado en edificio”. O estos:”El resultado de esta situación es el adocenamiento de los creadores y un público con el gusto esmerilado. Al final de este camino, el público habrá optado por lo seguro, es decir, aquello que ofrece esa política oficial que confunde cultura con espectáculo. Así, se adhiere a una de las acepciones en vigencia: cultura igual entretenimiento igual espectáculo igual ocio” (…) “Esta persistente confusión está apenas atenuada por la calidad de los espectáculos que programa Casino Magic, la multinacional del juego radicada en esta ciudad que se constituyó desde hace un año y medio en la verdadera ideóloga del plan cultural provincial, en especial a partir de la tierra arrasada que es la ciudad –y acaso la provincia- en materia de establecimientos donde los artistas –músicos, actores, cantantes- puedan ejercer su oficio”.
Véase que adjudica al negocio inmobiliario y de mercaderes del arte, el carácter o el objetivo de incentivar las artes plásticas. No dice que lo único que se incentiva es una generación de espectadores que en cierta porción son mercado potencial para aquellos mercaderes. Si se tiene en cuenta que los expertos de la mercadotecnia calculan que Neuquén abarca un universo de un millón de consumidores desde Choele Choel en Río Negro, hasta Esquel en Chubut, la porción de un público consumidor de obras de arte de cierto valor económico no debe ser inferior a las diez mil personas, lo que no es poco para un solo marchante que domina la escena. Tampoco dice que ésta misma orientación política de colocar al ocio, la cultura y el espectáculo en una misma bolsa, fue la artífice de los cierres de lugares para espectáculos locales, es la que niega todo apoyo y salas escénicas o de exposición acorde a la gran cantidad y calidad de artistas plásticos que en Neuquén viven y producen. La misma que se niega a considerar siquiera la construcción y puesta en marcha de centros culturales en los barrios periféricos de la ciudad ¿No sería bueno aclarar que las salas locales que funcionan y promueven la producción local son sostenidas por los artistas independientes? ¿No sería necesario dejar en claro que sólo obtienen ayuda aquellos espacios que hacen del amiguismo con los funcionarios una estrategia aduladora y se abstienen, como Burton, de cuestionar el fraude y las imposturas oficiales?


Y debemos hablar, nosotros también, de la calidad de nuestra producción, mal que le pese a Burton, porque aquí también se consigue. Aunque su ligereza con los adjetivos y definiciones más su impostura crítica, de como resultado un texto adocenado. Porque ¿de qué calidad hablamos en el caso de la multinacional del juego que promociona su actividad principal con la producción de espectáculos nacionales e internacionales masivos? ¿Ricky Martin? ¿Django? ¡Ah! ¡Qué torpe! Había olvidado a Marco Antonio Solís. Lo que niega la descripción de Burton es que hay aquí, en esta ciudad y en esta provincia, a pesar de todas las dificultades, calidad artística que en muchos casos de teatristas, videastas, fotógrafos, artistas plásticos, escritores y músicos, han recibido premios, reconocimientos y distinciones en el ámbito nacional e internacional. Tanto como en el deporte, en esta provincia no existe en la cultura y las artes, desde el Estado, la actividad de base, ni el fomento, ni la extensión, ni el apoyo a las instituciones que luchan por sostener la producción artística local y son las únicas que regeneran y recrean esa imprescindible acción de base.
Por último, en relación a estos párrafos, he subrayado en el primero la palabra “inédita”, que en estos tiempos buena parte de los periodistas y medios –incluso en titulares de diarios y TV- utilizan en forma indiscriminada. Deberíamos creer que esta política de supuesto incentivo a la plástica por medio del MNBA ¿nunca se editó? ¿O nunca antes se postuló, propuso o llevó adelante? En este caso lo disculpamos a Burton, ya que parece que su oficio de periodista primó sobre el de poeta.

Independientismo, oportunismo y decisiones
No hay que olvidar que existen en nuestro medio unos cuantos hacedores artísticos y culturales que se autodenominan como independientes, pero son incapaces de ser consecuentes en la acción. En la práctica no tienen escrúpulos en lamer las botas del oficialismo de cada gestión, para obtener alguna migaja de las que dejan caer los funcionarios para aquellos que los ayudan a llevar a cabo sus tropelías, manteniendo su imagen y su política. Esos colegas, evitan sostener cualquier postura crítica o participar de algún reclamo colectivo y son expertos en recostarse del lado donde calienta el sol. Han tratado por todos los medios que prevalezca el amiguismo en relación a las políticas oficiales de cultura, si es que estas pueden llegar a llamarse de tal modo. Tanto como los “adictos” al oficialismo, que Burton menciona en otro párrafo y que en realidad debería llamar adeptos al gobierno, ya que estos no sufren síndrome de abstinencia sino del más vil oportunismo y son unos vulgares trepadores.
Es preciso destacar entonces que hay un numeroso grupo de artistas locales que nos manifestamos independientes en términos políticos y no es que pretendamos que se nos llame así. No somos unos chicos pretenciosos, como Burton nos describe, además de plebeyos, cimarrones y bizarros. Un par de centenares estamos asociados a las diversas organizaciones que hemos construido en las últimas tres décadas y cada vez con mayor empeño actuamos en forma conjunta. Esta independencia está relacionada a lo que llamamos esa –restringida- libertad de mantener nuestra capacidad creativa, sin dejar de reclamar a las distintas gestiones una política cultural que pueda ser desarrollada por la sociedad civil. Pero el estado, sea provincial o municipal no es el único destinatario de nuestras acciones y expresión, sino también la sociedad, que en todas sus clases respeta y valora más aquello que venden la tele y los diarios.
Como sabemos “la libertad es una ilusión”, al decir del vate ciego, o sólo puede ser “la comprensión de la necesidad presente” para un pensador en las antípodas de aquel escritor. Aún así, con esas restricciones, reclamamos esa libertad para crear, sin que el estado, los funcionarios, los credos, o empresario alguno, incluso ningún partido, por revolucionario que se proclame, pongan condiciones o censuras en el proceso y en el acto que fuera. Pero para que la libertad creativa sea algo más que retórica es imprescindible un presupuesto cultural acorde a las necesidades de la población más postergada, lo que nos enfrenta a los distintos gobiernos y nos adjudica por añadidura el calificativo de independientes. Se tenga o no conciencia, los artistas integramos esa porción más postergada de la población que no es tenida en cuenta en tanto sus capacidades, potencialidades y necesidades, debiendo desarrollar como trabajo “productivo” cualquier otro oficio que ayude a parar la olla, tener techo y demás cosas que nos permitan pensar, actuar y hacer arte, en los tiempos libres. Es decir, la libertad es material, tiene peso y medida, por lo tanto límites. Se pueden aceptar esos límites a pies juntillas o luchar por ensancharlos. Y aclaro, por si acaso, que no hay una sola forma de luchar, un solo punto de vista ni un pensamiento acabado al respecto entre los que, aún así, luchamos codo a codo y con mayor o menor intensidad.

Reflejos de una mirada
Viniendo de la gran urbe, con su mirada británica y poéticos adjetivos, las imposturas de Burton me recuerdan en cierto modo, aquellas discusiones casi en voz baja que se daban en los inicios del efímero Centro de Escritores Patagónicos (1982) y que hoy reverberan. Existió un importante sector que a toda costa quería introducir en los debates la supuesta necesariedad de “discutir cuál es el perfil del escritor patagónico”. En aquel entonces el postmodernismo –o posestructuralismo- no nos había contaminado todavía con esa nueva área del supuesto conocimiento que son las identidades o caracteres identitarios, utilizadas para reforzar la fragmentación y justificar los enfrentamientos intrasociales.
Aquel sector reflejaba los rasgos sociales más conservadores y acríticos de las provincias patagónicas. Por fortuna, ya que éramos jóvenes bastante ingenuos, los que pretendíamos debatir acerca de cómo promover la lectura, la escritura y la publicación de nuestros trabajos en el marco de una política cultural como la que hemos referido más arriba, teníamos de nuestro lado a maestros y maestras como Nancy Iriarte, Juan Carlos Corallini, Oscar Ferro y Mercedes Rolla, entre otros pocos, porque gracias a ellos pudimos comenzar a desarrollar un debate sobre estas ideas, además de ciertas acciones como la revista Coirón. Aquellos que se deleitaban con la metafísica de la escritura –que no habían tenido empacho en apoyar a la dictadura aunque ahora digan que no-, debieron hacer silencio por un tiempo. Burton, en cierta medida, se parece a aquellos escritores, aunque no sea un cultor del clasicismo como algunos, ni en estricto un conservador. Pero pretende marcar un perfil o una identidad: plebeya, cimarrona, bizarra –pretenciosa-, para los artistas de Neuquén y su producción, cuyo “resultado es el adocenamiento de los creadores y un público de gusto esmerilado”. ¿A quién sirve ese canon? Hay que decirlo sin rodeos: a la continuidad de una política estatal que desprecia a los creadores locales y sólo se ocupa de aquello que puede ser un negocio, partidario o individual para algún funcionario o grupo de ellos. A difundir la especie que esos mismos funcionarios han echado a correr acerca del sectarismo, mezquindad, falta de fundamentos y salvajismo de los artistas locales.
También es bastante claro que, a pesar de lo que digan los prologuistas de sus libros de poesía, más que una búsqueda en el lenguaje (Borges diría que busca es la palabra justa, que búsqueda es un barbarismo), lo que a Burton le ocurre es una pérdida del lenguaje por falta de valentía intelectual, que ni siquiera se afinca en auténticos neologismos o en cierto rescate del lunfardo, sino en un enfático desprecio y en un oportunismo temeroso de llamar a las cosas por su nombre. No es que diga lo que dice porque no sabe lo que dice o porque ha cometido un error ligero. En su intento de quedar bien con Dios y con el Diablo –lo asombroso es que en algunos ámbitos lo ha logrado-, Burton se queda en el purgatorio de las ideas, condenado a su propio limbo.
Por último, es cierto que entre los artistas de Neuquén que nos consideramos independientes hay una gran diversidad de criterios, procedencias, formas y metodologías de acción; que nuestras diferencias, tanto éticas como estéticas y políticas, muchas veces no son menores; que en cuanto a cantidad y calidad mucho queda por discutir y adelantar; que podemos avanzar y retroceder a veces sin ejercer la suficiente autocrítica. También es cierto que nuestra producción existe y va ganando espacio en nuestra sociedad, además de reconocimiento en otros lugares; poniendo cada vez más límites a la ofensiva política oficial, ante la cual nos hemos fortalecido.
En esos ámbitos cotidianos de debate y lucha no lo hemos visto a Burton ni hemos podido escuchar sus opiniones o propuestas. No quisiera descalificar su artículo por esa ausencia, ni porque el autor es porteño, descendiente de británicos y funcionario provincial, ya que no discrimino a nadie por su procedencia u opciones personales. Pero vuelvo a la molestia que manifesté al principio: no me gusta la gente que mira a los demás desde una supuesta altura, desde cierta superioridad, en particular cuando esa gente no tiene con que demostrar tales ínfulas.

Neuquén, 18 de Diciembre de 2008

Para ver el artículo completo de Burton: www.neuquenlog.blogspot.com

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