3.4.09

Alfonsín, empleado del mes

Por José Natanson (publicado en Página 12 el 3 de abril de 2009)

Como el Empleado del Mes de McDonald’s, el Personaje de los Medios sonríe desde su foto congelada. A menudo es una personalidad internacional (Gandhi, el más mencionado por las reinas de la belleza), puede ser un artista (digamos Mercedes Sosa) y a veces hasta un escritor politizado (típicamente Ernesto Sabato). Entre todos sus records, Raúl Alfonsín se lleva también el de ser el primer político argentino de primer nivel convertido, por magia catódica, en un Personaje de los Medios.

El Personaje de los Medios es esférico: ni una sola arista amenazante, ni un solo ángulo escondedor ni un doblez oculta segundas intenciones. Y si el Personaje de los Medios no es infalible como el Papa, sus desvíos se atribuyen a equivocaciones siempre bienintencionadas. Vive en un mundo desprovisto de conflictos, donde las buenas soluciones se encuentran en base al diálogo y el consenso, un mundo sin poder ni intereses.

Alfonsín, el Personaje de los Medios, hizo cosas extraordinarias sin pelearse nunca con nadie. Fue silbado en la Sociedad Rural porque previamente había consensuado su política agropecuaria; sufrió 13 paros generales porque había logrado concertar con el peronismo su modelo económico; le dijo “llorón” a Saúl Ubaldini porque lo quería, y tuvo que soportar una corrida financiera porque los banqueros creían en la democracia. La Iglesia aceptó de buen grado la Ley de Divorcio, el peronismo no le tumbó la Ley Mucci por un voto y hubo tres levantamientos carapintadas porque no destrató a los militares (en esta particular versión de Alfonsín, se ha llegado a decir que juzgó a los militares pero dialogando siempre con ellos).

Y para que esta breve columna no se convierta en un panegírico, digamos también que Alfonsín no impulsó las leyes de obediencia debida y punto final para salvar a su gobierno sino para salvar a la democracia, no cedió en sus convicciones cuando invitó a un representante de la vieja corporación sindical a formar parte de su gabinete y no habilitó la reelección de Menem para reposicionarse internamente ni para sellar el bipartidismo mediante módicas concesiones (el tercer senador por la minoría), sino para evitar una Constitución aún peor que la que finalmente se sancionó. Alfonsín era tan querido que no tuvo que resignarse a que Fernando de la Rúa (al que, por supuesto, siempre admiró) fuera el candidato presidencial de la Alianza, y el amor popular era tal que no perdió con Eduardo Duhalde la elección de senadores del 2001.

La apropiación de las figuras históricas es una operación política clásica y hasta legítima para dotar de cierta densidad a las ideas del presente. Desde un Néstor Kirchner que quiere conectar con la memoria del primer peronismo a un Hugo Chávez que resignifica a Bolívar en clave izquierdista (ha llegado a decir que El Libertador no fue comunista porque no le dieron los tiempos). No hay que escandalizarse ante los intentos de apropiación de la figura de Alfonsín que recorren los sets de televisión, pero asombra la liviandad con la que incluso sus protagonistas recuerdan momentos que fueron muy duros y conflictivos. Cada uno tiene el Alfonsín que quiere y sólo el tiempo dirá qué Alfonsín se merece.

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