25.7.13

De “Esas ramas altas”, de Jorge Isaías

Tres poemas elegidos al azar de este volumen editado por Ciudad Gótica en Rosario, en abril de 2013. Son textos cargados de lirismo y melancolía, que convocan a la introspección, a la meditación. Isaías demuestra que la contemplación no es patrimonio exclusivo de monjes o practicantes del budismo zen. Al final, una crítica de Ana Bugiolacchio.


XXII

En el ocaso
fue la sangre
del sol
entre las altas
llamaradas
de los pinos.
o el cobre
de los fresnos
en la quietud
de un abril
lejano
que abrió
como una llave
aquella luz
para siempre
recordada.




XXIV

Ahora que se fue
la miel de abril
al cielo azul
la nube
navegando
un aire diáfano
ahora que se fue
(yo creo para siempre)
la mariposa blanca
de diciembre
y aquel muchacho
vio cómo
el peine
se fue quedando
con todos sus cabellos
los amigos
se fueron yendo
espaciando sus visitas
y se quedó
solo
con su llanto
con sus libros
con ese porvenir
cada vez más módico
entrelazando
una memoria
algún recuerdo
es decir
casi nada
de sus sueños.


XXXII

Adónde llegará
el Otoño este año
con su carrera
matadora de hojas
pintando filamentos
sepias, rojizos, cobres
junto a la quietud del tordo
que con sus alas negras
sostiene la noche.
Al Otoño lo suspende
el hornero
con su piquito gris.



Cuando el recuerdo se hace pan entre el fuego y la lluvia. Reseña de los últimos poemarios de Jorge Isaías.


por Ana Bugiolacchio

En estos últimos dos años Jorge Isaías ha dado rienda suelta a su febril tarea poética y nos ha regalado cuatro libros de poemas esenciales y urgentes. Ellos son  “La Memoria más Antigua”, “El pan en llamas”, “Lluvia de marzo” y “Esas ramas altas”.
 “La memoria más antigua”   fue publicada por primera vez  en  1982 por Ediciones Trovador y reeditada  en 2011 por  Editorial Ciudad Gótica,  conservando el  minucioso Prólogo original de Angélica Gorodischer.
Dos son aquí los capítulos en los que el autor agrupa sus piezas poéticas: Deudas y Paisaje, y tal vez en esta somera catalogación se encierre la respuesta tan anhelada por el  poeta al escribir y recordar.
El paisaje es la propia manera de ver la vida, un paisaje que se vuelve a recorrer insistentemente buscando en él  seres y territorios perdidos, que, al tiempo que se recuperan,  se diluyen de manera veloz  y huidiza, tomando el color de la hora del día o de la estación del año en que la letra roza el papel.
 La escritura poética  -veloz y rasgada-  de Isaías revela  también en sus trazos esa misma búsqueda asombrada y perpleja que se vislumbra en  los ojos al recordar, entornándose un poco a veces  y encandilándose  otras. Los rostros y voces regresan con la luz mortecina y traen risas y recuerdos minúsculos que  tienen siempre el permiso de aparecer.
 Jorge Isaías dijo alguna vez que él escribe no para los que no quisieron hablar sino para los que no pudieron. El silencio, la vergüenza y el olvido  privan al hombre de la poesía y dejan al paisaje absolutamente solo.  “La memoria más antigua” lucha contra esa soledad e ingresa de modo susurrante como canción infantil o como una  especie de acertijo del mundo antes del mundo, del mundo puramente feliz,  donde no hubiera  lugar para la “intemperie” del olvido.
El “El Pan en Llamas”  se trata de una antología bellamente prologada  y seleccionada por Graciela Krapacher.  Los poemas  de Isaías aquí recogidos  provienen no sólo de textos clásicos como lo son Crónica Gringa, El Fabulador y otras Sepias o Poemas a Silbo y navajazo  sino también de antologías perdidas u olvidadas que la compiladora rescató “sin tener en cuenta las limitaciones cronológicas” y “bajo una especie de borradura demarcatoria” simplemente siguiendo el camino errático de “la desocultación de lo valioso”. Como en un rito chamánico, los grandes temas arden en esa gran hoguera:  el viaje, el sexo,  la pérdida de los orígenes, la transformación y el amor.
El tercer poemario, “Lluvia de Marzo”   nos regresa al mes propicio a las lluvias, mes en que las flores se aletargan y las hojas se preparan para regar los caminos. Jorge Isaías, como siempre en otoño, no deja pasar el tiempo y puede escribir -en la suspensión de las gotas cayendo-  el exacto rememorar del sonido de la lluvia “sobre un techo de cinc paciente y entregado.”  Los poemas transmiten la fascinación ante la lluvia y la certeza de sabernos invadidos y resguardados en ese previsible acontecer de agua que da comienzo a un nuevo ciclo.
Isaías logra en sus versos un doble movimiento que llega desde afuera hacia dentro y vuelve a llevarnos hacia la intemperie.  Funda así un tipo de percepción que es a la vez íntima y arquetípica. Los poemas son gotas, también, de un fluir perpetuo,, simple y a la vez hondo y desgarrado. La luz del escampe se avista a través de una pequeña ventana de la vieja casa de infancia -que es también nuestra casa- regada por todas las lluvias pero incorruptible como el árbol “donde mueren /los insectos/ y la última araña/ huye con su tela/ destruida/con su inevitable pena/sin saber/ qué hacer/en esta furia del cielo/hasta hace poco tan/ límpido y perfecto”.
 Por si la magia de estos tres poemarios fuera poca,  en abril de este año, Isaías publica una cuarta antología: “Esas ramas altas”  donde la geografía del árbol se nos ofrece para hospedarnos de la intemperie del olvido. Entre el intermitente canto de los pájaros y el aroma a resina, los versos se bifurcan como en un caleidoscopio donde las imágenes cambian a un tiempo de color y de formas. Al desdibujarse, producen símbolos superpuestos que pueden descifrarse de a uno o como totalidad siguiendo las reglas compositivas del deseo, la intuición  o el recuerdo.  A través de las ramas del árbol, percibimos el color rojo del fuego -que se enciende o se extingue-   entre los versos, mientras se está a punto de captar aquello que de inefable tiene la poesía. Una poesía que se percibe como profética, benéfica y  reveladora al mantener vivo el fuego minúsculo e inextinguible  que logra encender la memoria colectiva.
Todos podemos decidir tomar ese trozo de eternidad, devorarlo como un pan en llamas y  en esa comunión secreta,  nunca más volver a ser los mismos.
                                                                       

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