28.1.16

Aullido, por Allen Ginsberg, parte cinco

En el depósito de equipaje de Greyhound


I.
En las profundidades de la terminal Greyhound
sentado en silencio sobre un furgón de equipaje mirando al cielo esperando la partida del expreso a Los Ángeles
preocupado por la eternidad sobre el techo de la Oficina de Correos en el cielo rojo de la noche en el centro,
mirando a través de mis anteojos me di cuenta en un temblor que esos pensamientos no son eternos, ni la pobreza de nuestras vidas, irritable equipaje de empleados de tienda,
ni los millones de parientes sollozando alrededor de los omnibuses agitando adioses,
ni los restantes millones de pobres que se precipitan de ciudad en ciudad para ver a sus seres queridos,
ni un indio muerto de miedo hablando a un enorme cana al lado de la máquina de coca cola,
ni esta vieja dama temblorosa como una caña que toma el último viaje de su vida,
ni el portero cínico vestido de rojo recolectando sus moneditas y sonriendo sobre el equipaje destrozado,
ni yo mirando alrededor al horrible sueño
ni el negro bigotudo Empleado Operativo llamado Spade, negociando con su mano larga y maravillosa el destino de miles de encomiendas,

ni Sam el hada en el sótano rengueando cada tranco como plomo
ni Joe en el mostrador con su depresión nerviosa sonriendo cobardemente a los clientes,
ni el desván interior verde gris como estómago de ballena donde guardamos el equipaje en estantes horrendos,
cientos de valijas llenas de tragedia que se mueven atrás y adelante esperando ser abiertas,
ni el equipaje perdido, ni las manijas dañadas, los rótulos borrados, los alambres reventados & las sogas rotas, los baúles enteros explotando en el piso de cemento
ni los bolsos vacíos en la noches en el almacén de destino.


II.
Encima Spade me recordó a Ángel, descargando un autobús,
vestido con el mameluco azul la cara negra y la gorra de oficial trabajador de Ángel
empujando con su barriga un caballo enorme de estaño con el equipaje negro apilado encima,
mirando mientras pasaba la lamparita de luz amarilla del desván
y sosteniendo alto en su brazo un cayado de pastor de hierro.

III.

Eran los estantes, me di cuenta, sentado en el más alto de ellos ahora como es mi costumbre en el almuerzo para reposar mi pie cansado,
eran los guarda-equipajes, grandes estantes de madera y postes de puntales y vigas ensambladas del piso al techo confundidos con el equipaje
- el blanco baúl metálico japonés de posguerra floreado ostentosamente apuntado hacia Fort Bragg
un paquete mexicano de papel verde con soga morada adornado con nombres para Nogales,
centenares de radiadores de un golpe para Eureka,
cajas de calzoncillos hawaianos,
rollos de carteles esparcidos sobre la Península, nueces para Sacramento,
un ojo humano para Napa,
una caja de aluminio de sangre humana para Stockton
y un pequeño paquete rojo de dientes para Calistoga ‑
eran los estantes y esto sobre los estantes es lo que yo vi desnudo a la luz eléctrica la noche antes de abandonar,
los estantes se crearon para colgar nuestras pertenencias, para  mantenernos juntos, un cambio temporal en el espacio,
la única manera que tuvo Dios para construir la desvencijada estructura del Tiempo,
sostener las valijas a enviar sobre las carreteras, cargar nuestro equipaje de lugar en lugar
buscando un autobús para llevarnos a casa desde la Eternidad donde el corazón fue olvidado y comienzan las lágrimas de despedida.

IV.

Un enjambre de equipaje se acomoda junto al mostrador mientras arranca el ómnibus transcontinental.
El reloj da las 12.15 AM, 9 de mayo, 1956, la segunda mano avanzando, rojo.
Me preparo para cargar mi último autobús. ‑ Despedida, Riachuelo Walnut Richmond Vallejo Portland autopista del Pacífico
Ligero como Mercurio, Dios de lo transitorio.
Un último paquete queda acomodado solo en la medianoche adherido arriba en el estante del Costero alto como la fluorescente luz polvorienta.

El jornal que nos pagan es demasiado bajo para vivir. La tragedia se redujo a números.
Esto para los pastores pobres. Yo soy un comunista.

Chau, me despido de vos, sí, del Greyhound donde tanto sufrí,
me lastimé la rodilla y raspé mi mano y tallé mis pectorales grandes como una vagina.

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