22.5.07

EL TEATRO COMO PARAÍSO DE LOS SIN CONSUELO

Gerardo Burton
geburt@gmail.com

Desde la cornisa, como si caminase entre la locura y el amor, “Sueñe, Carmelinda” elabora estrategias de supervivencia en un mundo que le es absolutamente adverso. Esta obra de Alejandro Finzi se representó en el auditorio del MNBA y ahora recorre escenarios de varias provincias.

NEUQUEN.- La vida no es fácil y la frontera sólo puede ser encarada desde la ironía. A veces desde el sarcasmo. La desesperación habita ese delgado filo desde el que se puede caer en lo sublime o en el ridículo.
En ese mundo, acaso hijo de Roberto Arlt, existen los personajes de Alejandro Finzi. En ese mundo ocurren sus tragedias, transcurren sus pequeñas existencias que esconden un héroe que supera la contingencia y horada lo cotidiano hasta mostrar, insinuar el camino hacia un nuevo hombre. Siempre: con Martín Bresler y la injusticia, con Abel Chaneton y la denuncia, con Juan Benigar y sus perdidos cuadernos de lingüista, con Walter y Ana y su enfermedad, entre otros. Y ahora, son Carmelinda y Ernesto, y pronto, un golpe desde la pureza de la historia con Agustín Tosco y el Cordobazo.
El viernes 4 y el sábado 5 de mayo pasados fue puesta en escena la obra “Sueñe, Carmelinda”, a cargo de un elenco porteño que la estrenó el año pasado en Buenos Aires y que luego la llevó a escenarios de otras provincias. Quizás la gira concluya en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, Malba.
“Sueñe, Carmelinda” nace de una instalación del artista pop norteamericano Edward Kienholz –“La espera”-, que le da el ambiente, la escena a la pieza teatral, que sugiere el proceso inverso: de la acción y las palabras a la obra de arte.
“La espera” muestra a una mujer que espera sentada en un sillón rodeada de objetos cotidianos: lámparas, frascos, retratos, una jaula con un pájaro, fotografías. Desde ese lugar de olvido y exclusión, Finzi da vida a Carmelinda, la hace imaginar cartas de su novio Ernesto, un marino mercante que le escribe desde puertos que no nombra en momentos que no define. La de Carmelinda es una construcción, la de su amor, y una destrucción, la de su aislamiento y soledad. Un péndulo oscila entre una y otra y así la mujer queda entrampada por la desesperación y la euforia.
Carmelinda crea la obra de Kienholz pues crea desde la instalación una historia que ella no tiene: las cartas de Ernesto, el amor que se resiste a morir, el sufrimiento omnipresente, la locura amenazante.
Ella busca “el paraíso de los sin consuelo” y alude a un “horizonte de olvidos color gris perla”. Ambas citas son sólo una muestra de la fuerza lírica del teatro de Finzi. Todavía se recuerda en esta capital la recreación del poema “Albatros”, de Charles Baudelaire, en una memorable puesta dirigida por Fernando Aragón en las bardas de esta capital.
La puesta en el MNBA fue dirigida por Daniela Ferrari, con música de Horacio Wainhauss, que la interpretó en vivo, y Walter Walker. María Rosa Pfeiffer interpretó a Carmelinda, que al principio constituye una especie de guía de galería vestida con la misma ropa de la original: collares, mañanita, medias, polleras amplias y enaguas. Paulatinamente se convierte en la desesperada mujer de la instalación de Kienholz, que está reproducida como telón de fondo. Se produce una especie de ida y vuelta entre la Carmelinda original y la creada por Finzi hasta que en un momento ambas se confunden. El lazo entre las dos es la palabra poética alimentada por las cartas ficcionales y la interpelación al pájaro enjaulado entre los frascos, botellas y muebles.
En las dos funciones el público atestó la sala del MNBA, un dato que apunta a un interrogante recurrente, ese que pregunta por la falta de una sala adecuada y con las características técnicas que exige el teatro en una ciudad –y una provincia- donde esta disciplina artística fue la primera que desarrollaron los antiguos vecinos y sentó las bases de una tradición tenaz que no cede ante las inclemencias de las sucesivas gestiones en materia de cultura.